Gus Van Sant vuelve al cine comercial. Abandona nuevamente, como ya hiciera a principios de los noventa, su búsqueda de un lenguaje cinematográfico propio (y del que en esta segunda etapa ha dado lugar a ciertas obras maestras) y regresa a un terreno en el que se desenvuelve con oficio y en el que teje interesantes historias bajo trazos convencionales.
El material en esta ocasión no es otro que un biopic al uso, que se mueve por los (endebles y torpes) cánones del género respetándolos en todo momento, sin salirse de esas estructuras cuadriculadas y de los vaivenes históricos que mezclan recuerdos con realidad y ficción y que acaban traduciendo ese caduco esquema en una película mediocre.
El acierto de Van Sant como autor es el de explorar nuevas formas, buscar nuevas decisiones narrativas y de puesta en escena a través de un relato convencional y evidente, que no muestra más interés que las tribulaciones anecdóticas de un aspirante a senador abanderado de la homosexualidad, y en la que los trasiegos que perfilan al típico mártir histórico finalmente asesinado son tan previsibles que lo importante se convierte en descubrir cómo se cuenta, por encima del supuesto interés de lo que se cuenta.
La creación de Sean Penn es soberbia. Sobrepasa la mera caracterización del personaje público al que hace referencia para trazar todo un ser humano, alguien de carne y hueso al que la película filma con naturalidad y sobre la que basa todo su peso dramático. Un actor por la que la película construye un ritmo fluido y en la que sabe sostenerse cuando flaquean la puesta en escena o el contenido argumental.
Harris Savides, como ya es habitual en su filmografía (especialmente en sus colaboraciones con Van Sant) se muestra soberbio, incluso en las difíciles secuencias rodadas en digital a través de manifestaciones nocturnas o en lugares con muy poca luz con grandes dificultades a la hora de iluminar. Estupendo Danny Elfman acompañando en las escenas más emotivas, en una banda sonora que se aleja de sus últimos y farragosos trabajos, copias de sus antiguas partituras. Aquí se muestra contenido, acertado y nuevamente original tras un período de autoplagio agotador.
Sabor agridulce en esta nueva vuelta al cine comercial del autor americano. Su apasionante búsqueda artística en pro de un nuevo cine queda nuevamente aparcada, necesario parón de reflexión después de su cuatrilogía de películas remarcables. Pero también es un motivo de alegría el encontrar a un autor que se encargará de realizar buenas películas en los grandes estudios a partir de este momento. Que su nueva etapa dure lo que tenga que durar.