Cuestión de Honor (Gavin O’Connor, 2008)

CuestiondeHonor

Cuestión de Honor pertenece a los territorios de cierto cine americano de vanguardia, en el sentido de estar en conexión con el cine de su tiempo y con las obras que hablan de la maldad absoluta, de la falta de valores morales, de la ley del miedo como arma cotidiana, de la desaparición de los ideales y del abandono de referencias éticas y estilísticas de décadas pasadas.

En este sentido cabe emparentarla con los últimos trabajos de James Gray, en especial La Noche es Nuestra, casi una precursora de la que Cuestión de Honor traza una interesante continuación discursiva, y con la obra del gran Sydney Lumet, Antes que el diablo sepa que has muerto. Tres películas donde la familia, el honor y las dinastías policiales se conjugan para construir argumentos con objetivos muy parecidos.

Pero también pertenece a ese cine negro que resulta casi atemporal realizado dentro de la factoría hollywoodiense, siempre bajo ciertas reglas formales y bajo un marcado pesimismo que envuelve todo el relato y que le confina un halo latente de oscuridad.

La enorme densidad y el gran potencial de este relato al borde del apocalipsis por su aparente falta de moralidad queda desnivelada, evaporada por ciertos errores narrativos de un director que juega acertadamente a huir de pretensiones y grandilocuencias a pesar de la ambición de su discurso interior, consciente de su incapacidad para engrandecer una historia ya de por sí poderosa, pero siempre al borde de escaparse de sus manos.

El filme muestra también con un tono dramático, incluso con cierto desprecio, cómo los valores morales con arraigo en siglos pasados se diluyen en un mundo globalizado y sin ley: la mujer sigue encarnando el hogar, la familia, el pilar de unos cimentos que ya no existen como tales a pesar de los intermitentes esfuerzos de unos y de otros.

Los hombres encarnan el egoísmo y la complejidad humana a través de una sensación de no pertenencia constante. Suyos son los trasuntos más importantes, pero también los más devastadores, y la tendencia (casi la inercia) a la autodestrucción es tan inminente como inevitable sea cual sea el punto de partida.

La historia policial queda planteada así alrededor de este mundo derruido, sin posibilidad de redención, en la que los pecados y la sensación de culpabilidad no dejan de aumentar, siempre bajo ese prisma de religiosidad nunca reconocida. Un cierto enfoque “bíblico” que entronca con la inmoralidad del relato y le da esa trágica lectura impresa en él, segura de estar mostrando siempre acontecimientos detestables.

El acierto de la película es el de no caer en la trampa de mostrar un mundo que no existe. El mundo de Cuestión de Honor es en el que vivimos y respiramos, y el sacrificio de sus personajes en favor de “la verdad” no es otra cosa que la propuesta del director por un metafórico nuevo comienzo en la verdad de la vida de cada uno de sus espectadores. La propuesta es tan arriesgada como extremadamente fuerte, y resulta evidente en su contexto, una solución narrativa que no es generosa con su protagonista pero que obedece a las mismas leyes morales de las que reivindica siempre su presencia.

Excelente trío interpretativo (NortonFarrellEmmerich) que juega a buscar creaciones descarnadas, tan crueles y realistas como sea posible, y a la vez retratar con afecto la ambigüedad del ser humano, su capacidad de realizar actos tanto de gran bondad como de la mayor crueldad. Ayudados también por una estética adecuada, una sublime fotografía llena de colores fríos, paleta de colores de una ciudad desangelada, filmada con sobriedad y con acertado sentido narrativo.

Por ello, Cuestión de Honor no es una película superior, está llena de aristas y también de una ingenuidad narrativa que conecta con la sensación de que al director le llega grande este monumental fresco familiar sobre la culpa y la redención. Pero es una de las apuestas más firmes en muchos años de renovar y aportar seriedad y calidad al drama policial, un género caído en desgracia en las últimas décadas y del que comienzan a aflorar algunas obras maestras en un período reducido de tiempo, una coincidencia muy interesante que merece ser analizada en profundidad.