Encontrarnos hoy con la noticia de que uno de los hijos del videoclip ha sido capaz de filmar una película lo más cercana al humanismo que estos tiempos permitiesen trazar, sería desde luego muy difícil de creer.
Mike Mills lo hace. Y no se enfrenta a ello como un reto, o como una burda apuesta. Beginners parece haber nacido del dolor de la propia experiencia, de una experiencia profunda que genere la necesidad de contar una historia de cierta trascendencia. Uno puede querer crear bonitas historias, pero son las experiencias de dolor las que nos ayudan a encontrar los rincones de verdadera belleza para escribir con sinceridad.
Un diálogo de la película explica que “la música negra es la más profunda, pues ellos han sufrido mucho en su historia”. Una idea que también ha generado en Mills el sentimiento de escribir un relato profundo, fruto seguramente de su propia vivencia. Su habilidad para dotar de concepto a cada una de sus imágenes se adapta como un guante a una película desestructurada y de compleja construcción.
El éxito de Beginners está en querer contar un período concreto de la vida de Oliver (excelente y cercano Ewan McGregor) a través de las vivencias que han ocasionado la forma en que éste reacciona ante las nuevas experiencias que vive. Pasado y presente van conjugándose en la pantalla para que las decisiones del presente tengan siempre un sentido concreto.
Es por eso que el pasado está siempre filmado de manera errática. La ropa de los actores cambia, sus expresiones cambian, las frases se repiten, las situaciones se desdibujan, tal como los recuerdos. Y el presente está filmado con esperanza y con la claridad que otorgan los momentos intensos. La sencillez estética de la película no tiene parangón. Son imágenes de absoluta vulgaridad y a la vez, de una sinceridad tal que se hace imposible imaginarlas de otra manera.
Es como si, de repente, la espontaneidad romántica de Michel Gondry se hubiese encontrado frente a la parálisis lógica derivada de la pérdida de los padres en un breve espacio de tiempo, y la sabiduría de quien sabe que una pérdida así no sólo afectan a unos ojos tristes, sino a todo cuanto tenga que ver con nuestra afectividad.
Porque de eso se trata también Beginners, de la espontaneidad romántica como modo de seguir construyendo la propia vida. Hermosa y delicada espontaneidad que no teme presentarse a través de una secuencia muda. Y qué gran elección tomar a Mèlanie Laurent para encarnar a esa chica encantadora que no puede hablar, pues cada uno de sus dulces gestos ayuda a dotar de identidad a una película necesitada de unos actores en los que poder depositar esos textos cargados de sinceridad. En ella y en el encuentro con un contenido McGregor la película descansa con una merecida fe en la compenetración de ambos.
Película triste, melancólica, pero no desesperanzada. El testimonio de los últimos años de vida del padre es la contrapartida a la pesadumbre inevitable que deja el fallecimiento del ser querido. Un mensaje cargado de optimismo que permite además a Christopher Plummer la posibilidad de encontrarse con uno de los mejores papeles que jamás haya tenido.
El concepto visual que propone Mike Mills para su película está, desde luego, contaminado por el lenguaje publicitario y por una identidad narrativa a medio construir. Pero sus ideas compensan con creces la dialéctica de una narrativa prediseñada. Sus hallazgos, su bonita estructura fragmentada, sus personajes tan bien trazados como sus miedos… Todo parte de una bondad creativa que nace de la indefensión ante un mundo que no entendemos.
Y en esa falta de entendimiento nace una hermosa obra, cuya fecha de caducidad sea tal vez mañana mismo, por mucho que su poso de emociones sea bien hondo. Pero es una obra caduca cuya indefensión ha convenido en que en la sinceridad, la honestidad y el amor a los demás reside la única redención posible. No sólo en la historia, también como narrador. Sinceridad al filmarlo, honestidad al atreverse a reconocerlo, y amor al hacerlo con tal delicadeza. Y eso hay que aplaudirlo.