Hablar de Catherine Hardwicke es trabajar con el incómodo tópico de La directora de Crepúsculo. Por si fuera poco, la realizadora ha hecho de esa película una especie de imagen de marca, una firma, un supuesto estilo personal. Qué estilo es ese, no se sabe, pero lo cierto es que Hardwicke se ha convertido en adalid de una cierta y mediocre revolución audiovisual que intenta redefinir los cuentos clásicos infantiles y adaptarlos a una cierta cinefilia adolescente.
Caperucita roja no es sólo una mala película, sino una interpretación lamentable del cuento original. Se sirve de éste como material de partida para crear la enésima historia rosoña sobre romances imposibles y casamientos no deseados. La subtrama del lobo añade una dimensión de misterio al relato sobre la que el filme se apoya cuando encuentra que su historia de amor no tiene absolutamente nada que contar.
En ese argumento del licántropo que atemoriza a la aldea y del cual se desconoce su identidad, acaba apoyado todo el relato, convertido en un Cluedo gigante donde descubrir al asesino es tan intrascendente como previsible. Una trama edificada quizás para contentar a su público masculino, y que encuentra en la histriónica interpretación de Gary Oldman como cazador de hombres lobo sus únicas dosis de épica creíbles.
Amanda Seyfried, ya una adulta, desvela en un nuevo intento como actriz protagonista que su mirada tiene un poder expresivo potente y cautivador, pero que en realidad ella deja mucho que desear como intérprete. El estatismo de su figura, su incapacidad para expresar emociones a través de sus fríos gestos y una terrible elección de papeles en los últimos años la están condenando sin remedio a ser la cuestionable estrella de filmes mediocres como este.
Hardwicke no es una directora solvente. La lentitud de sus películas está siempre basada en la filosofía de que unos planos hermosísimos, cuidados al detalle y repletos de juegos de luces asombrosos, acabarán por sembrar en el espectador la idea infundada de que está asistiendo a una película estupenda.
Nada más lejos de la realidad. Su absoluta falta de ritmo, la ingenuidad de su guión y la notable ausencia de una cierta habilidad para que sus escenas contengan algo más que un par de imágenes bonitas, convierten todo filme de Harwdicke en una impostura constante, en los que resulta un milagro que consigan simplemente tenerse en pie.
Caperucita roja utiliza las elipsis para construir una historia de misterio que no encierra jamás ningún interés. Esconde parte de las acciones de sus personajes para mostrarlas más tarde, con la intención de desvelar secretos poco a poco. Un recurso cinematográfico de lo más vago, que viene a demostrar dos cosas en su autora. Una, la carencia de sus habilidades narrativas, que acabarán recurriendo siempre a esa misma herramienta intentando, sin éxito, la sorpresa constante. La otra será el poco respeto que tiene hacia su propio público, al que espera entretener mediante trampas tan poco sutiles como carentes de inteligencia.
Es esta una Caperucita de la impostura. ¿Cuál será el próximo clásico perpetrado por la directora, situada en una cúspide comercial que le otorga la libertad de decidir su siguiente proyecto, como si se tratara de algún tipo de maestra del audiovisual? El auténtico drama no es la existencia de estos proyectos, sino que sean éstos los que el público joven se tome como el mayor acontecimiento cinematográfico al que pueden aspirar en nuestros días.