Guillermo del Toro vuelve a desarrollar una más de las andanzas fantásticas (y fantasiosas) del superhéroe de Dark Horse con una historia que supera en ambiciones y planteamientos a su predecesora.
En ella todo es descomunal, hasta el punto de ofrecer momentos de absoluta culminación en muchos aspectos de la historia del cine de acción. Sin embargo esa misma ambición es lo que hace que esta obra se pierda en su propia magnificencia.
Empezando por sus ampulosos títulos de crédito, repletos de efectos especiales (la impostura llega hasta el punto del descarado uso de esa misma secuencia en una de las escenas finales de la película), la historia se desarrolla a partir del modelo de la primera parte y, copiando a éste, reconduce ese fallido arquetipo haciendo gala de un holgado presupuesto para tratar de realizar la mejor película posible.
Y en muchos aspectos, puede que lo sea. Si la intención es únicamente el entretenimiento, el asombro constante, la perfección visual, entonces la película deja un gran sabor, la sensación plena de haber conseguido el ‘más difícil todavía’, la pirueta perfecta y, una vez conseguida ésta realiza un doble salto mortal con la promesa de una nueva acrobacia.
Del Toro confirma en este filme una manera muy peculiar de hacer cine, la suya propia, una fórmula cinematográfica que tiene el valor de ser única en su especie: la creación de un universo absolutamente personal en el que fantasía y realidad se confunden para ofrecer historias llenas de entretenimiento y emoción.
El problema es que el director confirma también su narrativa aparatosa como herramienta de uso constante. Todas las secuencias las plantea siempre como presentación, como preludio, como introducción a algo más grande que siempre se espera y que nunca acontece. Tras un prólogo de dudosa utilidad y pésima elección (un ridículo Hellboy infantil y una pobre animación) le siguen cinco escenas a modo de preludio para presentar todo el material que va a tratar. Esto le da a ‘Hellboy
Incluso para quien sepa apreciar el valor de la desbordante creatividad del director, lo aparatoso de su narración resulta también palpable en el momento en que una de las escenas intermedias es muchísimo más intensa que el clímax final. Y es que las expectativas que suponen dos horas largas de acción casi ininterrumpida son muy difíciles de cumplir una vez llegados a una escena final que se las prometía legendaria y que conviene en una aceptable resolución convencional.
Y ese desafortunado defecto se traslada también a la estructura, que es incapaz de diferenciar el curso de la acción con el curso narrativo y el espectador termina perdido ante tanta maraña emocional, hasta el punto de no saber en qué parte de la historia se encuentra. Tal vez pueda entenderse esto como una virtud en el sentido de originalidad narrativa (no siempre se tiene por qué narrar igual, incluso aunque se hable de cine de acción), pero el único efecto desorientador que consigue del Toro es que nadie esté preparado para la lucha final y la resolución deja un sabor de instantaneidad que decepciona completamente.
Estructura que no tiene tiempo de resolver con un epílogo a la altura descomunal de las aletargadas secuencias que pueblan el desarrollo del filme, pero que sí tiene tiempo a mostrar una inútil y lamentable escena de borrachera entre dos de sus personajes, en un fallido intento de arrancar carcajadas en el público que jamás llegan a escucharse. Del Toro guionista falla así en no confiar en una de las virtudes del personaje que maneja: el humor que funciona siempre proviene de las frases sarcásticas del protagonista y nunca de las acciones externas.
Si uno sabe perderse en el mundo imaginario del creativo autor, disfrutará enormemente con un trabajo de producción fastuoso, unas criaturas maravillosamente diseñadas, un ambiente totalmente absorbente con un trasfondo fantástico escrito con maestría, pues en eso el director sí es un auténtico maestro.
La realización técnica de la película es impecable, digna de los mayores elogios posibles, con algunos momentos de absoluta genialidad y maestría. Las labores de montaje, la genialidad de la fotografía de Guillermo Navarro, la música (omnipresente) del casi desaparecido Danny Elfman, los abundantes y asombrosos efectos visuales, el perfecto maquillaje, la perfección de las abundantes criaturas fantásticas… Todo raya a una altura de impresión, con momentos muy conseguidos.
Lástima que el resultado global no esté a la altura de sus individualidades, pues en muchos casos, cuando la historia falla, uno se remite tristemente a la obra magna de su director, ‘El Laberinto del Fauno’, y echa de menos lo que en aquella sí aparecía: un trasfondo prodigioso integrado en una historia maravillosa, que a pesar de la ya mencionada aparatosidad narrativa lograba casar todos sus elementos con felices resultados, hecho que no acontece aquí.
Finalmente, muchos apuntes de la última media hora de metraje prometen la realización de una última y catárquica tercera entrega, con un Hellboy abandonado por todos destinado a destruir el mundo. Toda una declaración de intenciones aún más ambiciosas que esperemos se salde con mejor fortuna y menos desproporción en los cálculos, pues un ejército de setenta veces setenta soldados nunca da como resultado dos millones de soldados.