Ya es imposible hablar de esta película sin vincularla a su reconocimiento con el Oscar a mejor película extranjera. Una victoria que tiene mucho que ver con su fórmula academicista, políticamente correcta, de la mano de una autora que ya ha trabajado en Hollywood y que no ha dejado de pulir ese cine condescendiente que acaba ensalzado simplemente por compartir los ideales de los espectadores.
En ese sentido, En un mundo mejor es una película que se deja ver con agrado, manteniendo el interés durante su aletargado metraje, pero al igual que Despedidas, la cinta japonesa que ganara el mismo galardón hace pocos años, no tendrían ninguna relevancia de no haber sido premiadas.
Se trata de una película aleccionadora, que impone su moral, que comercia con los valores que defiende, y que encuentra su mayor defecto en filmar convencida de estar en posesión de la verdad.
Bajo un envoltorio sugerente, lleno de hermosas imágenes de postal, respira una película de moraleja fácil, que cree que por no enunciar su mensaje en voz alta conseguirá esconder sus intenciones, disfrazando su historia con una falsa complejidad. Seguramente con ello Susanne Bier pretenda estar filmando la vida misma, cuando todas sus imágenes contienen en realidad el sabor de lo impostado.
En un mundo mejor propone reflexiones en torno a la violencia en la sociedad bajo un tono amable, vista desde la adolescencia y también desde el punto de vista paterno, haciendo hincapié en la infinidad de pequeños lazos invisibles que influyen en su nacimiento.
Esa multiplicidad gratuita de puntos de vista sobre el problema vuelve a mostrar la impostura del filme, al no saber comprometerse con ninguno de ellos. Es por tanto una de esas cintas que intentará congraciarse con todo tipo de espectador a través de sus supuestas buenas intenciones.
Los protagonistas adultos son el perfecto arquetipo de los personajes creados por su directora. Son adultos que no están exentos de errores, pero éstos no aparecen nunca en la película porque Bier, en el fondo, jamás sabrá filmar la ambigüedad del ser humano ni sus eternas contradicciones.
El episodio africano, en el que la película pretende contener una fábula en miniatura sobre cómo la sociedad es capaz de eliminar los fantasmas de la violencia, acaba siendo un mero pretexto para construir la identidad estética que la película no ha sido capaz de encontrar en su propio contexto.
Filme que lucha por plantear serias cuestiones éticas, pero que en el fondo genera preguntas muy diferentes: ¿Va a dar lecciones de ética en la sociedad moderna una autora que firmó el manifiesto Dogma al principio de su carrera, se comprometió con una manera de hacer cine y luego traicionó ese sendero por la más comercial de las rutas?