Michael Haneke, en su primera incursión en Hollywood, recibe el encargo de filmar un remake de su propia obra, su ‘Funny Games’ de 1997 bajo una producción americana y con el inglés como lengua. El supuesto objetivo es hacer accesible una obra europea que no llega al consumidor medio americano, ese que no ve cine en versión original.
Lo que hace Haneke no es revisitar su obra, sino refilmarla, plano a plano, tal como su obra original. No se trata de una soberbia idea trasnochada, sino de la pedante convicción de reforzar el discurso y de que posiblemente la anterior no tuviera un solo error en su ejecución.
Hay actores diferentes, eso sí, y grandes (Naomi Watts y Michael Pitt, soberbios), y su gestualidad, los elementos de su actuación, son lo poco que queda aún liberados de las ataduras del croquis exacto que planea el director.
‘Funny Games’ es puro Haneke, una obra irreverente y violenta. Tal vez no sea la obra que mejor lo defina, pues hay demasiada sátira, demasiado humor negro disfrazado de terror y serenidad, pero sí que establece las bases de los temas que sustrae de sus otros filmes y que tanto le interesan. El Haneke irreverente, el provocador, el cruel.
Poco que decir del filme en sí mismo para quien haya visto su homónimo danés. Sólo un detalle técnico escapa a su antecesora y convierte a esta nueva en un festín visual. Ese detalle tiene nombre y apellidos: Darius Khondji, como de costumbre, en un trabajo fotográfico impecable. Blancos limpios y puros, claroscuros contundentes, la belleza de la luz recogida en un esplendor macabro, tal como el clima de la película.
A pesar de poner de actualidad de nuevo el mismo discurso fílmico, ‘Funny Games’ no funciona. Se aproxima más a una pobre sátira de ‘
Reflexión supuesta insisto, pues queda en duda la eficacia de un discurso que pretende combatir esa falla social con su misma medicina. Al no haber un contraste, un contrapunto que aporte profundidad a la historia, la película se hunde en la monotonía de su propio espectáculo violento.