Que nadie se tome The Green Hornet como una película más de Michel Gondry. Se trata de un simple encargo, un producto hollywodiense escrito sin chispa en el que el autor tiene bien poco que ver.
Una película que toma el relevo del género del antihéroe, género de moda que no para de legar una cantidad alarmante de subproductos que no cuentan nada (Kick-Ass, Defendor, Scott Pilgrim) cuando en el fondo Special, de Hal Haberman y Jeremy Passmore ya contó todo lo que había que contar sobre la lucha infinita del hombre del presente contra su adolescencia crónica.
No está, pues, el Michel Gondry brillante y cercano que conocemos, aunque se trate de la película en la que más libertad visual ha tenido, sobre todo en su primer tramo, en la que hace gala de una potencia narrativa y visual dignas de su anterior filmografía, pero ese talento se va apagando y convirtiendo en apatía conforme avanza su metraje.
Y no es Gondry en absoluto el protagonista aquí, sino el emergente Seth Rogen, artífice del filme como escritor y como actor, pero también culpable absoluto de que la cinta no funcione en ningún momento.
El humor mediocre sólo será capaz de generar una película mediocre, y en Rogen, como en el resto de los mal autoproclamados gurús del humor en Hollywood (Ben Stiller, Jack Black y un largo etcétera) todo lo propuesto es mediocre, no sólo por la evidencia de ser un mal actor, sino sobre todo por una incapacidad humorística para comunicarse bajo un solo destello de inteligencia.
El contraplano lo protagoniza Christoph Waltz, que encarna a un villano con muy pocas escenas, escrito también de manera lamentable y sin apenas momentos para su lucimiento personal. Sin embargo, su presencia en la película es la muestra inefable de cómo un gran actor es capaz de dar credibilidad a sus escenas por sí mismo, por muy mal que estén escritos su personaje y sus escenas.
Asumiendo que se trata de una mala película, lo peor que puede ocurrirle a un producto de entretenimiento como éste es que sus escenas de acción sean tan absurdas como intrascendentes, y son precisamente estas las escenas peor rodadas, con menos ingenio y dueñas de todos los tópicos fallidos del cine de superhéroes, y la imagen de Bruce Lee como co-protagonista de una de las anteriores versiones para el cine resulta imborrable por mucho que Jay Chou se esfuerce en componer un guerrero espectacular.
Que los personajes se tomen su vínculo con la violencia como si se tratase de un videojuego no genera ni siquiera un posible debate en una película en la que todo suena a enorme e inevitable impostura.
Cuando una historia se enorgullece de sí misma por ser estúpida, ya ni siquiera podrá salvarla un director con oficio y creatividad que intente, inútilmente, sazonar el mal sabor que deja una vergonzosa función con algunas gotas de verdadero humor.