Desde que Roland Emmerich se consagrase como el rey del cine comercial de masas, el llamado “cine de palomitas”, con su exitosa ‘Independence Day’, el director americano ha perpetrado un crimen cinematográfico tras otro, avalado por ampulosos efectos especiales, argumentos simplones y campañas de marketing mastodónticas.
De todas esas infames producciones, que a la postre siempre atesoraban un cierto nivel de entretenimiento, una de las peores, si no la peor, seguramente sea esta ‘2012’, un producto lamentable basado en una materia prima argumental simple y soez, y desarrollada tan absurdamente que ni siquiera es capaz de provocar la carcajada.
Los efectos especiales, auténtico reclamo de la película, resultan poco creíbles en ocasiones, por la falta de realismo en su ejecución (toda una autopista derrumbándose en la primera secuencia de acción de la película, el mejor ejemplo), y en otras por la sensación de irrealidad que rodea todas las situaciones que propone un filme que se va ahogando en su propia estupidez argumental y estructural conforme avanza.
Que haya un elenco de buenos actores en segundo plano, marionetas absolutas dependientes de los efectos visuales como protagonistas de la función, no garantizan ni la identificación con ellos, ni la facilidad para desarrollar el argumento: Sus diálogos son tan patéticos, las situaciones son tan previsibles, los personajes tan estereotipados, y la historia tan absurda, que nada de lo que sucede interesa en ningún momento.
Emmerich rubrica el gran producto con una dirección plana y aburrida, una dirección de actores nefasta y una idiotez narrativa que compite con varios de los personajes de la película. El colapso de la ridiculez acontece en el momento en que unas arcas futuristas tratan de salvar a la humanidad en una película que supera las dos horas y medias de duración y en la que no interesa ni un solo minuto.
En definitiva, ‘2012’ ni siquiera es capaz de ofrecer lo poco que prometía: el de ser una digna película de entretenimiento. En lugar de eso, sus absurdeces no predicen el fin del planeta, sino el fin de un modelo de cine comercial que juega a especular con que sus espectadores, como ellos, también son tontos.