Nobuhiro Suwa es una referencia cinematográfica del cine de los últimos quince años. Su testimonio como cineasta, que se ha preocupado siempre por explorar las emociones y sentimientos de parejas al borde de la crisis, se ha erigido como un monumento artístico de primera línea gracias a sus procedimientos narrativos únicos, su preciosismo estético y su capacidad para registrar momentos plenos de intimidad y belleza.
Que muchos lo descubran ahora como un ‘nuevo autor’ gracias a su última película, tiene que ver más con los mecanismos de marketing que se derivan de su presentación en Cannes que de un cambio de registro del cineasta.
La alianza autoral que en Yuki & Nina establece con el actor Hippolyte Girardot le sirve a Suwa para perfilar el estilo de su cine y enfocarlo a través de una mirada distinta, secundado por la co-dirección del actor francés.
Lo que consiguen ambos es condensar el relato, resumirlo en unas pocas pinceladas, un problema que Suwa siempre ha acusado en el excesivo metraje de toda su obra, y que aquí la estructura más convencional propuesta por Girardot estira para poder alcanzar una duración estándar que se agradece tanto en términos narrativos como comerciales.
Un plano revelador de la película ocurre en el momento en que las niñas protagonistas que dan nombre la cinta conversan escondidas en una improvisada caseta de campaña. La cámara es casi incapaz de traspasar la tela a pesar de que el diálogo es perfectamente audible, como si el mundo adulto fuese incapaz de penetrar en la imaginación de los niños a pesar de ser capaces de escuchar sus palabras.
Posiblemente sea ésta la mayor reflexión que propone la película, un intento de retratar el divorcio de una familia a través de la mirada de una niña que no entiende bien lo que ocurre y que vive su mundo personal de una manera muy peculiar, una manera que trasciende el relato y que, como ese plano que explica que jamás podremos penetrar en ellas hasta su total entendimiento, es capaz de recoger una mirada única del mundo.
Cuando Yuki atraviesa el bosque y lo hace sola, se traza un itinerario narrativo que rompe de repente la lógica argumental y con un trazo estético que emparienta, una vez más, el cine de Suwa con el de Naomi Kawase. Ese encuentro con un lugar japonés indeterminado al salir del bosque quizás tenga poco que ver con recuerdos, imaginaciones, viajes en el tiempo o elipsis temporales, y mucho que ver con que las escapadas al bosque de Yuki con su adorada Nina hayan sido sólo producto del imaginario de la pequeña.
Una lógica del relato que se rompe abruptamente, y que nos convierte a los espectadores también en niños, incapaces de entender del todo lo que está ocurriendo en este cine hecho desde el corazón, en una película sencilla, silenciosa, delicada y llena de hermosura.