En la escena que abre El caballero oscuro, uno de los ladrones del banco ataviado con la máscara de un payaso se inclina amenazante hacia uno de los empleados heridos para proferir la primera de las muchas frases memorables de la película. La máscara, el gesto, el plano en contrapicado… Todo remite a una escena imperecedera de la historia del cine, en una acción de tono e intenciones muy similares: la actitud desafiante previa a la violación en La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971).
Puede resultar muy atrevido comparar el cine de Christopher Nolan, un cineasta ya consagrado, con el de uno de los máximos exponentes del séptimo arte, el legendario Kubrick. Pero este texto no está redactado con la intención de hablar de las posibles influencias en el cine de Nolan, que para eso ya está el propio director y el centenar de entrevistas que ha concedido al respecto y que los aficionados consumen como extras en las ediciones domésticas de las películas del autor. Se trata de sugerir la presencia de algunos autores ya desaparecidos, de promesas que se han diluido con los años y que no han encontrado sucesor alguno, reencarnados en la figura cambiante y ambigua de Christopher Nolan, un creador que ha devuelto al cine de la gran industria el concepto de película de autor que se había perdido varias generaciones atrás, de las que ya quedan pocos exponentes.
¿Puede ser Christopher Nolan el Stanley Kubrick del presente? Algo de él queda en el joven autor, no tanto por la peregrina comparación visual ya establecida, sino más por el tratamiento de los temas y por su metodología perfeccionista. Si Kubrick era un amante de la adaptación al cine de novelas perdidas para encontrar, a través de ellas, su propia historia, Nolan hará lo mismo con el cómic revalorizando el potencial de aquel medio para sustraer suculentos relatos listos para formar parte de lo cinematográfico.
Pero la presencia de Nolan en la historia del cine coincide con un período mucho más mediocre y prolífico con el que tuvo que lidiar el autor de El Resplandor (1980), y por tanto no es difícil atribuir a sus grandes capacidades como cineasta más de una posible esperanza para el medio. Si se advierte ese evidente gusto por la perfección estética y por el amor al detalle, también puede situarse al director como uno de los más dotados para el cine de acción en el panorama contemporáneo. La trilogía de Batman o su obra más personal, Origen (2010) pueden atestiguarlo. Se trata, sin embargo, de una acción perfectamente estilizada, muy medida, perfectamente fotografiada y aún mejor montada.
¿Es también, entonces, el Michael Mann del presente? Cualquier secuencia de acción de El caballero oscuro remite a los mejores momentos de Heat (Michael Mann, 1995), si bien buena parte de la culpa se debe a las similitudes estilísticas entre Wally Pfister, el operador habitual en el cine de Nolan, y el legendario Dante Spinotti, director de fotografía de aquella soberbia cinta policíaca. Lo cierto es que domina el medio tan bien como aquel, con una intensa concepción del ritmo cinematográfico y con la evolución lógica de controlar, además, escenarios de mayor envergadura en los que también se logra convocar el discurso épico y filosófico.
Son las reminiscencias de un autor que acaba de comenzar su andadura, apenas quince años de un cine que sin embargo ya se encuentra en plena madurez, y que si terminase de manera abrupta con The Dark Knight Rises, la tercera parte de Batman, ya podría hablarse de una filmografía sólida, coherente y asentada en el corazón del aficionado al cine más popular. Pues ese es otro triunfo de Nolan, como ya hicieran Alfred Hitchcock, Martin Scorsese o el propio Kubrick: acercar de nuevo el verdadero cine de autor a las masas.
Afirmaciones atrevidas. El nombre de un cineasta para muchos aún en pañales colocado junto al de artistas que forman ya parte del olimpo del arte cinematográfico, algo que irrita a otra gran parte de los aficionados al cine como entretenimiento. Ni lo uno ni lo otro. Conviene alejarse del fan incondicional de Nolan en tanto que el debate resulta irracional, y sin duda es necesario acercarse a su cine no sin cierto escepticismo, pero lo cierto es que el cine se siente un poco menos huérfano desde que este valiente cineasta se atreviese a dar forma a sus sueños.
Posiblemente no sea el nuevo Michael Mann, y esté muy lejos de ser un nuevo Stanley Kubrick. Posiblemente haya más de Sidney Lumet de lo que muchos reconozcan, y menos de las otras leyendas ya citadas. Pero es inevitable no asistir al puro espectáculo de ver una película suya y encontrar una sonrisa cómplice en cada plano al reconocer cómo la obra de aquellos maestros se refleja en la de un joven descarado cuyo mayor truco de magia ha sido saber contagiarnos la mayor de sus pasiones.