El estreno tardío en España de Two Lovers, dos años después de su aparición, permite analizarla con la perspectiva que da el tiempo transcurrido.
James Gray ya había firmado una obra maestra cuando escribió y dirigió esta película. La noche es nuestra (2007) consagró a su autor como creador de tinieblas y claroscuros en una película densa, desbordante y de pulso firme.
Compañero de generación de David Fincher y de Paul Thomas Anderson, el director se acerca sin embargo al cine clásico de Hollywood como no lo hacen sus coetáneos, como arma estética y formal fundamental para construir sus obsesiones.
No se trata de un clasicismo arcaico y trasnochado como el de Clint Eastwood. Se trata de tomar un procedimiento clásico en su narración y en sus texturas y arrastrarlo a la escritura plúmbea y desasosegante del realizador, que pertenece a otra época y que nunca renuncia a ella, pero a la vez hace su película con la convicción de que para construir historias inmortales el cine clásico es la única herramienta posible.
Así nace Two Lovers, una película de formato pequeño, de pretensiones diminutas, pero también de mirada profunda y de pasión arrolladora. Una película que en su estética podría ser un filme de los años cincuenta pero que sorprende por su mirada juvenil, por la inquietud artística de un director que controla su discurso con brío, y por la contención y madurez con que está narrada la historia.
Historia que nace en un hombre que desea perder la vida. Un hombre que lucha contra sí mismo y su deseo autodestructivo tras ser rechazado por su prometida.
Nacen también así los miedos en torno a él y su familia (la familia, el gran motivo discursivo de Gray), que temen el desarrollo de un trastorno bipolar. Se trata de un hecho fundado, o simplemente de un temor que su madre enuncia en voz alta?
Hace falta la muerte de una historia para dar nacimiento y cabida a otras nuevas. En cualquier caso, el mero apunte de su trastorno sirve para que toda la película cobre sentido, y para que la semilla de ese temor se instale en el espectador ante el desarrollo de la historia.
Gray plantea el encuentro de su protagonista con dos mujeres diferentes a través de la dicotomía de la elección bajo dos formas fundamentales de entender la vida. Una (Gwyneth Paltrow) encarnará el amor imposible, la mujer soñada, la continuidad en la búsqueda del hombre por esa prometida que se marchó y en el deseo inalcanzable de convertir los sueños en tangibles. La otra (Vinessa Shaw) encarnará la cercanía y el valor familiar, que el director ilustra como forma de encarcelamiento que el hombre no está dispuesto a cumplir.
Se trata pues de un filme rodado con una pasión sublime pero silente, contenida, de desarrollo lánguido pero imparable, inevitable. El director ha conseguido en Two Lovers la fábula atemporal que andaba buscando y firma con ella su mejor película, de nuevo con su actor fetiche, Joaquin Phoenix, en una maravillosa creación que devora sus fotogramas con la misma intensidad que las propias imágenes del filme.
Gray no es un director delicado ni un narrador sutil, su sensibilidad se centra en otra capa de los acontecimientos. Su película no evita disimular la insistencia de sus subrayados, confía en que la obviedad de sus símbolos y los toscos impulsos de sus personajes cree una fuerza arrolladora en su discurso, como muestra de la indefensión emocional de su personaje, desesperado por redimirse. La muerte de las metáforas y de los símbolos efectivos han generado el nacimiento de una obra del todo sincera.
Película importante, filme imprescindible, que viene a retratar con intensa pasión la soledad del hombre contemporáneo, la búsqueda del amor como religión, como ultimo sentido vital y como único aliento.
Aquellos temores de la madre hacia su hijo se revelan finalmente no como una preocupación, sino como una muestra de amor incondicional. Y ese amor queda retratado de tal manera que, se trate de una historia clásica o no, regala uno de los mejores momentos del cine reciente.