Llama la atención que ninguno de ellos se centre en el apartado turístico, como si quisieran huir del tópico y retorcer la realidad hasta buscar una historia inverosímil y original, aunque es un hecho que también ha respirado siempre en el cine de los tres y que marca indudablemente sus elecciones a la hora de llevar a cabo este proyecto.
Michel Gondry es el único que aborda, en los primeros minutos de su historia, la visión turística de la ciudad por parte de una pareja recién llegada a la capital. La oscuridad, las escenas nocturnas, dominan su relato, y es posiblemente esa visión inhóspita de Tokio la que condiciona su lenguaje narrativo, una suerte de cuento perverso que toma algunas de las formas ya clásicas de Gondry pero que se torna más tenebroso de lo normal.
Leos Carax, aparentemente retirado de la escena cinematográfica, muestra aquí sus dotes como autor subversivo e ingobernable con la historia que más encierra dentro de sí. La irrupción en la ciudad de una desagradable criatura surgida de las alcantarillas y que aterroriza a su paso a quien se lleva por delante esconde más que un simple giro cómico y grotesco al filme.
La evidencia queda latente cuando vemos que el engendro vive bajo tierra rodeado de las viejas ruinas de las antiguas guerras, símbolo de los errores del pasado histórico del país. Cómo esas viejas heridas salen a la superficie y golpean a sus ciudadanos de hoy, y la imposibilidad de dialogar con ellas, o enfrentarlas sin ánimo de borrarlas, resulta tan imposible como evitar al maligno duendecillo.
Bong Joon-Ho propone la parte más poética y edulcorada: una historia de amor entre un ciudadano que lleva diez años recluido en su propia casa, y una repartidora de pizza que irrumpe sorpresivamente en su vida rutinaria.
Cómo el amor le obliga a salir de casa y enfrentar el mundo real para volver a encontrarla, unido a la maravilla visual que propone Joon-Ho en una planificación perfecta, suponen la deliciosa puntilla final a este compendio nipón de impagable factura técnica.
La lectura de la cinta va más allá de lo meramente original y la huída consciente de lo más convencional y evidente, y las herramientas que manejan sus autores propone un mensaje bastante más interesante de lo que otras películas que integraban a varios realizadores conjuntos podría aportar.
Gondry superpone la angustia de los tiempos de crisis económica a la visión turística azucarada e insustancial de otros cuentos, Carax confronta en forma de monstruosa metáfora un pasado que nunca se afronta y que a veces resurge para hacer daño donde más duele, y Joon-Ho muestra las contradicciones de una ciudad donde el progreso parece marcar una tendencia irrefrenable y sin embargo sus ciudadanos presentan claros desajustes emocionales, personales y sociales.
Tríptico de caleidoscópicas visiones artísticas que confronta hermosamente no sólo tres interesantes maneras de acercarse a Tokio y entenderlo, sino también tres formas de entender el cine que dialogan entre sí y que parecen hablarnos finalmente del sencillo placer de hacer y ver cine.