No es nada sencillo edificar una banda sonora en torno a un tema central compuesto tan sólo por dos largas y solemnes notas. Dos acordes tensados con tal fuerza que suponen, por sí mismos, la expresión musical más rotunda en toda la carrera de Hans Zimmer como compositor para el cine. El tema está rodeado de las variaciones necesarias que enriquecen la propuesta ya esbozada desde Batman Begins (2005) y explotada en sus continuaciones con resultados igualmente efectivos.
Pirueta audaz, por tanto, la de Zimmer, que comenzó trabajando en la primera entrega de la saga con un James Newton Howard que no tardó en dejar paso a su compañero en solitario vistos los irregulares resultados de aquella alianza. On Thin Ice, el primer corte del score tras los títulos de crédito, explora ya nuevas vías de desarrollo para ese limitado tema principal cuyo discurso se reduce a apenas dos notas ligadas. La habilidad de Zimmer para arropar la melodía y dotar a la sección de cuerdas de su acostumbrado movimiento perpetuo ofrece la impresión de que el compositor de origen alemán vuelve a reinventarse a sí mismo como ya hiciera en El caballero oscuro.
La partitura es de igual contundencia, sólo que mucho más luminosa. Elige, esta vez, una instrumentación más diáfana con la intención de representar espacios abiertos, al mismo tiempo que intenta conciliar un tono intimista con la grandeza épica del relato al que acompaña, por lo que no pierde nunca de vista la magnitud del lienzo sobre el que está desplegando su propuesta.
Gotham’s Reckoning atesora una de las ideas más brillantes de la partitura, y supone quizás el corte más inspirado escrito por el autor para este álbum. En ella propone nuevos esquemas rítmicos a su ya amplia gama de recursos para el cine de acción, el inventor de la narrativa de acción moderna que ha propiciado una amalgama de autores mediocres intentando subsistir a base de plegarse con descaro a las ideas exploradas por Zimmer. Las cuatro notas escritas para dar vida al suntuoso coro que protagoniza los momentos más espectaculares del corte musical son, con seguridad, el mayor hallazgo del músico para esta banda sonora, que vuelve a respirar aires renovados en un trabajo ausente de melodías pero de incuestionable efectividad.
Es esa la razón más poderosa para que Newton Howard no forme parte ya del proyecto, contratado en principio para escribir los fragmentos introspectivos y románticos del primer score. La dinamita de Zimmer acabó engullendo aquellos momentos y se volvía omnipresente. El proyecto se vendió como un trabajo conjunto pero no costaba trabajo distinguir qué fragmentos pertenecía a cada uno de los músicos. Uno de esos ejemplos que también están presentes en este tercer álbum es The Fire Rises, música-espectáculo sin trascendencia ni discurso firmada por el peor Zimmer posible, ese que acostumbra a firmar aquellos trabajos que parecen una mala copia de su marca de estilo. Lo mismo sucede con Imagine the Fire, que incluye fallidos intentos de fusión con la electrónica, un corte abrumador por su espectacularidad, sólo que sus aciertos vienen de la calidad y del volumen de lo grabado, no de su calidad musical.
Despair es otro exponente de ese concepto, sólo que en su sección central se permite cantar el tema principal en todo su esplendor, de la forma más brillante que puede apreciarse en toda la partitura. Es también uno de los pocos cortes en los que Zimmer se atreve a exponer los mejores hallazgos de la anterior banda sonora, El caballero oscuro, y conjugarlos con sus nuevos planteamientos, tal y como ocurre en Why do we fall? En otro tema interesante, Nothing Out There muestra los momentos más introspectivos de la banda sonora, con la inclusión de un piano solista, casi una novedad en un trabajo para este género por parte del artista.
No son pocas las ideas brillantes que contiene el disco, en especial con respecto a su edición y masterización, en la que el compositor ha profundizado mucho durante los últimos años. La calidad sonora de todo lo que ha sido grabado es soberbia, sus efectos están muy bien tratados, la dinámica, el pulso y el espacio son controlados con mano férrea. En Zimmer hay que prestar mucha atención a la calidad de lo grabado. Sus melodías no suelen ser nada sugerentes, pero sin embargo hay tras ellas un gran trabajo de sonorización que merece la pena ser contemplado, pues es a través de ese cuidado por el detalle con lo que la música del compositor tiene ese poder de sugestión durante la proyección de la película. En ese sentido, el músico firma otro trabajo pleno de maestría, aunque esos hallazgos estén ocultos en la oscuridad tanto como el personaje al que acompañan.