Michael Oher fue elegido por los Baltimore Ravens en el número 23 de la primera ronda del último draft de la NFL. Se trata de un offensive tackle, el defensa más importante en un equipo de fútbol americano, y el prólogo de la película hace referencia a la importancia de esta posición para el deporte, y la primera y única referencia hacia el lado ciego del ataque de un equipo.
La premisa de la película y su desarrollo son tan previsibles que su debate resulta estéril: una familia rica americana, exquisitamente católica, acoge en su seno a un muchacho joven indigente, compañero de colegio del hijo de la familia.
A partir de ahí, el título original despliega su significado a través de varias vertientes. Lado ciego en el deporte, pero también para una sociedad que mira hacia otro lado cuando se trata de abrir sus puertas hacia un desconocido, o de una religión también ciega que no es consecuente con lo que predica, y también del rol de una madre que asume el liderazgo educativo e integrador de sus hijos, ya sean propios o ahora adoptivos, con una valentía asombrosa.
En esa adopción accidental la protagonista inicia un proceso de descubrimiento personal, no exento de dudas y de cuestionamientos personales que van más allá del mero tópico de la relación social con los de su mismo estrato.
Y aquí acaban las virtudes de su buena voluntad teórica y empiezan los problemas en una representación que tiene mucho de condescendiente con la temática que abarca y muy poca valentía tras la cámara para ir más allá del mero relato mediocre, carne de videoclub absoluta y vehículo de lucimiento para su estrella principal.
Estamos ante un producto comercial de estupendas intenciones, de buenos sentimientos, que evita cualquier riesgo en su propuesta y con una puesta en escena mediocre, que elige la afectación excesiva antes de una visión valiente y comprometida con lo que cuenta.
Lo único que la diferencia de un producto televisivo es el impulso mediático y comercial de Sandra Bullock, que realiza un papel muy correcto pero que cabría debatir con un ímpetu justificado si un trabajo como éste merece la discutible colección de premios que ha cosechado.
Resulta curioso que en la última edición de los premios Oscar, este título haya compartido presencia junto a Precious. Podría hablarse casi de las dos caras de un mismo estilo de cine, el que pretende emocionar a cualquier precio, amparándose más en que su público conecte con los sentimientos del protagonista que en esforzarse por encontrar una manera eficaz de poner éstos en imágenes, la mejor forma de contarlos.
Precious se basaba en los excesos del drama y en el dolor desbordante. The Blind Side elige el camino de los buenos sentimientos y la banalidad narrativa, pero en el fondo se trata del mismo producto, aún con distinto envoltorio.
Resulta preocupante que, a pesar de encontrarnos con una película que reivindica con cierta gracia los valores olvidados de la sociedad del presente, éstas se erijan como obras cumbre a través de sus trampas emocionales, las grandes triunfadoras del cine contemporáneo.