Existe cierto tipo de bandas sonoras cuya riqueza temática y formal deja mucho que desear y sin embargo encajan perfectamente con lo que ocurre en la pantalla hasta el punto de mejorar la experiencia cinematográfica sensiblemente. Es el poder del cine, que hace efectiva aquella interesante afirmación sobre el hecho de que una buena película la conforman elementos artísticos unificados, que no sobresalgan por encima del resto.
Durante el visionado de The Amazing Spider-Man uno cree situar el trabajo de James Horner en este grupo musical en el que la calidad de lo compuesto resulta decepcionante pero su adecuación a la película es indiscutible. Es ese el primer impacto, incluso aún cuando James Horner es el último compositor en el que uno pensaría para acometer el acompañamiento sonoro de un filme superheroico.
Música de primer impacto, al igual que la película a la que acompaña esta partitura. Pero escuchar a Horner en solitario, por separado del generoso metraje del filme y atendiendo únicamente a lo musical, genera impresiones muy diferentes. En esa escucha más profunda puede advertirse al Horner más zafio, al que se copia a sí mismo constantemente sin vergüenza alguna y que no teme estructurar la partitura en torno a acordes de pedal sin interés alguno.
Un compositor líder en la música intimista y absolutamente plano en los momentos de acción para componer la banda sonora de una película de superhéroes. ¿Es el mismo resultado que se buscaba cuando se escogió a Marc Webb para hacerse cargo de la dirección? Lo que se ha conseguido es que The Amazing Spider-Man tenga una profunda carga emotiva que no tiene casi ningún otro filme del género, sacrificando por el camino su argumento, su puesta en escena y la fortaleza de unos momentos de acción potencialmente espectaculares.
En ese sentido, una pieza como “I can´t see you anymore” supone una verdadera revelación en el estilo compositivo de Horner, en tanto que consigue un tema de gran fuerza emotiva con la simple disposición de una cadencia de tres acordes. Arriesgada sencillez, pero rotunda efectividad, que puede considerarse la culminación del compositor en esa búsqueda de armonías que contengan un desarrollo discursivo por sí mismas sin necesidad de melodías descriptivas. En su empeño por esforzarse cada vez menos en lo melódico, Horner encuentra una solución mucho más que efectiva.
La instrumentación en The Equation es otro síntoma de que no se trata de una banda sonora típica en la orquestación y que el compositor se ha permitido algunas licencias en su estilo. Guitarras y enormes delays para crear climas emotivos dejando a un lado, de nuevo, todo rastro de desarrollo melódico. Lo que importa en la partitura ocurre a nivel de clima sonoro y no de escritura musical. The Briefcase utiliza el mismo tema en su forma natural con el piano como narrador y se trata de la mejor (quizás la única) idea de todo el score. Su construcción es muy delicada: cuando intenta desarrollarse el edificio sonoro se cae, cede ante lo convencional y lo intrascendente pero, mientras se construye, la mezcla de sentimientos encontrados resulta sublime.
Horner fracasa también cuando intenta encontrar nuevas soluciones a momentos específicos de la trama. The Spider Room – Rumble in the Subway es un claro ejemplo de estos fallidos procedimientos, con un lamentable choque entre música electrónica y golpes de efecto provenientes de la masa orquestal. Lo mismo ocurre con Ben’s Death, un momento que se adivinaba crucial en la composición. Playing Basketball supone un intento de acercamiento a la comedia de situación, o a ponerse a la altura de los momentos propios del filme adolescente, que también se saldan con un resultado decepcionante por sus decisiones cercanas al tópico.
Convertidas las piezas que acompañan a las secuencias de acción en una sucesión de ruidos encontrados y de los ya mencionados acordes intrascendentes, lo peor de la banda sonora es comprobar cómo el compositor se copia a sí mismo utilizando parte de sus arreglos para películas como Una mente maravillosa (2001) o El hombre bicentenario (1999) o utiliza voces sintetizadas de manera inadecuada como ya hiciera en Titanic (1997). Conviene aquí saber diferenciar entre una cuestión de estilo, o tratar de insuflar una personalidad propia a lo compuesto, frente a la burda copia de trabajos ya realizados con anterioridad, que es lo que ocurre aquí de manera por momentos descarada.
Escuchando Rooftop Kiss y comprobando sus maravillosos planteamientos, uno no puede dejar de lamentar la diferencia de calidad entre la música romántica compuesta para el filme frente al lamentable tratamiento de las secuencias dramáticas. Viene a la memoria el experimento realizado por James Newton-Howard y Hans Zimmer para el primer Batman de Christopher Nolan (2005) en el que un especialista en el cine de acción se encargaba de su género y otro músico de corte más intimista se imponía en las secuencias que así lo requerían. Se confirma así la infamia: la música de James Horner no es eficiente, sino efectista. Funcionaba durante la película no porque se adecuara a las imágenes, sino porque sabía esconderse sabiamente tras ellas.