Primer filme no documental tras el éxito comercial de Infiltrados, la nueva película de Scorsese es una obra menor, un divertimento juguetón que transita, más que nunca en la filmografía del italoamericano, por los cánones de la industria más convencional y cada vez menos cercana a sus universos obsesivos.
Una obra menor que, sin embargo, atesora dentro suyo tantos aciertos, valores y momentos maestros que desearían para sí muchas obras grandilocuentes de nuestros días. Su desmedida duración sin embargo, una necesidad desafortunada ya que al relato le cuesta mucho despegar y tejer su entramado, le otorga una pretenciosidad que hace desmerecer al conjunto y le da una dimensión ampulosa que la castiga duramente.
Scorsese juega aquí a tejer, con su maestría formal, la mejor narración posible. Esa extensa duración ya mencionada pasa como un soplo en una cinta rodada con un ritmo portentoso y un manejo del tempo narrativo apabullante. No hace una película importante, y lo sabe. Se limita simplemente a contarla de la mejor manera posible.
Desde el mismo comienzo en que los dos detectives llegan a la isla, Hitchcock es el mayor referente evocado en la película como base para construir la historia y su atmósfera. Tratándose sin embargo del realizador de Uno de los Nuestros, la colección de cinefilias que quedan citadas es casi interminable, y las resonancias ayudan a construir un relato sólido en el presente.
La fotografía de uno de los mejores iluminadores de nuestros días, Robert Richardson, junto con el diseño de Dante Ferreti, crean de nuevo un trabajo maestro, la atmósfera y la estética perfectas para narrar un relato de difícil construcción como éste. Soberbia creación de DiCaprio, y una música clásica escogida que se imprime a las imágenes y les dota a éstas de la profundidad y oscuridad necesarias para que el relato resulte creíble.
Hablar, sin embargo, de Thelma Schoonmaker como la montadora de este film resulta decepcionante. Aquella que ha editado la filmografía al completo del director, que cuenta con no pocas obras maestras, muestra continuamente lo que posiblemente sea un error de planificación: constantes fallos de raccord, de continuidad cinematográfica que alejan del relato y que relegan sus intenciones a fallidos intentos de poner en pie un edificio complejo y oscuro.
Las intenciones del director, preso de un relato ajeno a su universo y demasiado dependiente de estructuras y planteamientos que también le son ajenos al autor, le impiden construir un filme a la altura de sus obras del pasado. Se trata de un filme trampa que, en última instancia, intenta evitar su construcción a través de procedimientos tan impostores como los que gobiernan el cine actual.
Se trata, en definitiva, de la respuesta a cómo un planteamiento comercial funciona en manos de un maestro de la narración. El apático trabajo de sus colaboradores, que funcionan a medio gas y que aún en ese estado consiguen resultados por encima de la media, no logra desmerecer, sin embargo, una pieza pequeña dentro de un legado maravilloso que se degusta con envidiable facilidad.