El cine de Amenábar debió extraviarse en algún punto del camino. Quizás fuera tras el éxito de Mar Adentro (2004), cuando comprobó su talento para generar un mensaje que trascendiera a un público amplio. Una cierta capacidad dogmática, por así decirlo. De ese modo sus películas abandonaron aquella habilidad de los comienzos con la que crear una absorbente (y puramente epidérmica) experiencia sensorial, para terminar transformándose en ejercicios dominados por una evidente voluntad doctrinal.
El cineasta continúa esgrimiendo los temas que más le preocupan, con la fuerte crítica al mundo de la iglesia como protagonista, sólo que esos temas ya no son un vehículo para construir su particular parque de atracciones, sino que se han vuelto el final del camino.
Regresión no es una película diferente en ese sentido. El relato policiaco que propone es un pretexto para esgrimir sus grandes temas, y no al revés. El agente que investiga a una posible comunidad satánica en plenos años noventa se revela como arquetipo a través del cual poder transitar diferentes espacios temáticos: la joven víctima testigo de atrocidades, la iglesia como lugar inquisidor, el cuerpo de policía incapaz de enfrentarse a lo sobrenatural, las ensoñaciones como oportunidad para escenificar la pesadilla…
Todo parece medido en exceso, esclavo de una fórmula que remite a una serie B cuya vulgaridad sienta especialmente mal al sofisticado espíritu de la película. Mientras Bruce Kenner (Ethan Hawke) sueña con los actos terribles de la hermandad, el filme intenta poner en imágenes todo el terror e inquietud que resulta esquivo al relato principal, como si el realizador hubiese encajado en esos sueños aquel necesario reclamo comercial que prefiguró su imagen de marca en el cine de sus inicios. Amenábar vuelve a imponer, en la mirada de cada figurante, una mirada inquietante dirigida hacia el protagonista que intente infundar el terror que el cineasta es incapaz de sugerir a través de la atmósfera de la película. Un terror psicológico que pretende ser literal, en lugar de insinuado.
Mientras la película viaja, de manera algo forzada, hacia el despliegue de sus mensajes doctrinales (el auténtico mensaje de la cinta, el del poder de la sugestión, llega demasiado tarde), la puesta en escena parece remitir a la de un cineasta que a pesar de haber evolucionado con el tiempo regresa a aquellos tics que le granjearon un cierto éxito comercial en el pasado. De esa forma, casi pareciera que en lo visual Amenábar no esté copiándose ni siquiera a sí mismo, sino tratando de imitar los lugares comunes creados por los cineastas que vinieron tras su propio éxito. La película no sólo habla entonces de las tinieblas del ser humano sino que ella misma acaba perdida, transitando entre las peligrosas brumas de la indiferencia.