La obra de Shane Acker, concebida primero como cortometraje y con la posibilidad de desarrollar aquí el mundo imaginario ideado para aquel material primigenio, Número 9 da sus primeros pasos envuelta en misterio y plena de oscuridades.
El camino de descubrimiento de ese pequeño muñeco de trapo, que no comprende ni su origen ni su cometido, es también el nuestro, el de no entender el sentido de la vida y de descubrirlo al tiempo que se avanza.
La película comienza con las pretensiones ocultas de un típico alegato antibelicista a partir del clásico apocalipsis futurista donde humanos y máquinas han librado una batalla que han ganado estas últimas. Pero no tardará, pocas escenas después, a través de la relación entre los personajes, en mostrar su verdadera cara: el de un relato entrañable y lleno de nostalgia por lo perdido.
Los personajes, diseñados estéticamente a partir de muy pocos detalles, resultan muy cercanos. Los decorados son abrumadores, angustiosos, infinitos. Con todo, el aspecto general del filme es enternecedor y resulta desolador al mismo tiempo.
Se trata apenas de una típica fábula apocalíptica contada a través de unos personajes peculiares, los pequeños muñequitos de trapo que han sobrevivido a la debacle. El abrumador estilo visual pelea constantemente con el desarrollo lineal de su material y un desaprovechado guión lleno de lugares comunes de la ciencia-ficción post-apocalíptica.
A pesar de sus posibles defectos y carencias, gana siempre la partida lo entrañable y el diseño visual de todo lo que acontece en pantalla, viejuno y exquisito. Se trata de un relato enternecedor pero a la vez no tiene miedo de mostrar la crueldad de ese mundo cuando debe mostrarla.
Es sorprendente (aún) la capacidad de emoción de unos personajes virtuales que desprenden una enorme cantidad de amistad y afecto entre ellos.
Una película de animación que trata la petición del perdón como un acto valiente, gratuito, desinteresado, un perdón en el que, tras las palabras, el cuerpo también se entrega en la expresión absoluta de esa súplica.
Qué otra película, de animación o no, ha sido capaz de relatar un acontecimiento así en su interior? Qué otros personajes contemporáneos son capaces de generar sentimientos como los que generan estos, que apenas poseen un número de un dígito como nombre propio? Qué otra historia ha sido capaz de ilustrar con tanta certeza la idea de que una parte de nosotros queda impregnada en los objetos con los que convivimos?
Una película tan pequeña y diminuta como sus personajes que logre generar tantas emociones primarias, que atesore un diseño tan hermoso, una concepción visual tan absorbente, una empatía tan directa, merece un hueco en el corazón del espectador.
De unos escasos y agradecidos 68 minutos, a la película le sobra tiempo para contar su relato. En una época cinematográfica donde la tecnología está permitiendo la sublimación estética de las historias de siempre, Número 9 se convierte, sin hacer ruido, en uno de los mejores exponentes infantiles de la ciencia-ficción del nuevo siglo.