Si atendemos al nombre del realizador que firma la cinta, Shawn Levy, y recordamos trabajos anteriores como Noche en el museo, tendremos una idea bastante certera de lo poco que podremos encontrar si nos atrevemos a afrontar el visionado de Noche Loca.
Lo que encontramos es una clásica historia de enredos entre una pareja encarnada por Steve Carell, que sorprende por su variedad de registros a pesar de interpretar siempre al mismo personaje, y por Tina Fey, resplandeciente en su jugoso papel y a la altura humorística de su compañero.
Confundidos ambos con una pareja a la que persigue la mafia italiana, al más puro estilo de los McGuffin de Hitchcock, la intriga policial se desarrolla en la búsqueda del absurdo continuo con la sana intención de que lo hilarante se convierta en risible.
En ocasiones lo consigue, de una manera sana tal y como en el grueso de la filmografía de Carell, pero no puede esperarse mucho más, y el producto sabe que tampoco puede ofrecerlo. Lo que encontramos es una revisitación de los lugares comunes de las comedias de enredo, y a la postre un título más entre el montón de visiones comerciales del género.
Tras todo esto se encuentra el redescubrirse de una pareja ahogada en la rutina, que de repente, en una noche imposible que ocupa la totalidad del metraje, encuentran de nuevo lo que les maravilla y les importa del otro. Surge así la visión platónica con la que el filme intenta cerrar su fórmula perfecta.
Se habla en más de un medio de screwball comedy cuando se refiere a Noche loca, seguramente auspiciado por la propia campaña de distribución de la película. Por suerte, la screwball comedy está bien lejos de aquí, a salvo entre los resquicios del cine clásico.