Toda película de acción debe comenzar con una escena trepidante. Así está escrito en los cánones y así lo afirman los grandes maestros del género. Esta nueva Misión imposible empieza con una, siguiendo los manuales del gran filme que persigue ser. Pero justo cuando Ethan Hunt (Tom Cruise) está a punto de desmantelar los planes de los terroristas en esta primera misión, la secuencia da paso a los títulos de crédito y el prólogo desaparece, como si lo único que importase ya fuera generar el contexto necesario para que el protagonista encuentre una imagen superheroica con la que justificar una nueva entrega de la saga.
Presa de ese complejo del espectáculo sin medida, esta Nación secreta plantea hasta cinco secuencias encadenadas que bien podrían constituir la escena final de cualquier otra película: un intenso encuentro entre los bastidores de la Ópera de Viena, persecuciones en Marruecos, tiroteos en las calles de Londres o complejas infiltraciones en el interior de un sistema de seguridad en apariencia infranqueable.
La Misión imposible de Christopher McQuarrie busca continuar la estela de la anterior dirigida por Brad Bird (y escrita también por el propio McQuarrie), con el mismo grupo de integrantes y convirtiendo la franquicia más que nunca en un serial, algo así como asistir a cinco capítulos de la serie original de manera consecutiva, pasada por el filtro de lo contemporáneo, esto es, por el montaje vertiginoso, las imágenes virtuosas y los diálogos intrascendentes.
Nación secreta cumple religiosamente con todos los deberes de la buena película de acción, y quizá en esa esclavitud de las normas se haya perdido gran parte de las posibilidades de hacer una película viva. De entre todos esos deberes, la película ha olvidado la necesidad de mantener la credibilidad. Pero no tanto una credibilidad argumental como una credibilidad física: pareciera que los efectos digitales aún continúan en pañales y obligan a los personajes a convertirse en muñecos de goma que chocan y rebotan en los escenarios como si nada pudiera afectarles. Una credibilidad física que también incluya la naturaleza del propio lugar que se visita: Marruecos o Londres, no importa la localización, todo es impoluto y carente de auténtica vida; lo único que cambia es la textura de la fotografía y no las implicaciones de viajar de una punta a otra del mundo.
El argumento para hilvanar estos cinco grandes contextos en los que se desenvuelve el relato se ha vuelto tan secundario que apenas importa si se trata de una trama endeble, abordando la cuestión del espionaje internacional como si fuera un juego de niños. No sería pertinente si fuese una película que se trata a sí misma con algo de humor, pero el único humor sale de la boca de un personaje, no de la película en sí misma ni de la forma de representarla. Para Christopher McQuarrie, Ethan Hunt es el mismo personaje que dirigiera cuando concibió Jack Reacher (2012), también con Tom Cruise: una sombra heroica capaz de todo, lista para salvar el mundo a cualquier precio, desafiando los límites de la propia física. Lo importante para McQuarrie es filmar esa sombra ficticia abriéndose paso a través de lo inverosímil, que la sombra se transforme en un cuerpo real, en el rostro de Tom Cruise, y que en ese choque entre lo inverosímil y el rostro real pueda producirse un auténtico resplandor.