Basado en un relato corto de Yiyun Li, el director Wayne Wang firma la que sea posiblemente su mejor película al coincidir en este proyecto una historia intimista con el estilo plano y sencillo con que el autor cuenta la mayoría de sus proyectos.
Tiene sentido comenzar a hablar de esta película localizando su material de partida, y hacer hincapié en el hecho de provenir de un ‘relato corto’. De ahí provienen también todos los defectos de ‘Mil años de oración’ como largometraje. El haber adaptado y estirado un pequeño cuento hasta la hora y veinte de metraje condiciona totalmente el filme y su universo, convirtiendo la película como resultado en una hora interminable donde se suceden los detalles intrascendentes hasta desembocar en un clímax final de gran intensidad dramática.
Con la contención y la sencillez del director, la película es narrada en pequeñas secuencias, llenas de evidencia y sin dobles lecturas posibles. La dirección es plana y recurre a lo evidente y lo esencial, recalcando una y otra vez, en una agotadora insistencia, las dificultades de la comunicación que producen las barreras generacionales entre padre e hija, y las torpes barreras idiomáticas que se encuentra el padre en su viaje a la desconocida Norteamérica.
Las barreras generacionales ya fueron contadas por Yasujiro Ozu hace más de sesenta años en gran parte de su obra con mucha mayor sutileza e inteligencia, y el resultado es infinitamente más hermoso. De Wang se desprenden pues, la afluencia masiva de sus referentes, que se manifiestan y aparecen por todas partes sin permitirle encontrar su propia identidad como cineasta. Su discurso queda así diluido al tratar de situarse siempre entre los grandes autores disfrazando su pretensión bajo una aparente sencillez narrativa, que no es otra cosa que la imposibilidad total de contar su historia con brillantez.
Descartando sus grandes lagunas como narrador, Wayne Wang resalta por su excelente dirección de actores, y ahí es donde obtiene sus mejores resultados. Dos personajes que confluyen y se enfrentan mutuamente a sus historias pasadas y que terminan confrontando sus temores, contenidos durante toda la película, en una excelente decisión actoral (y también narrativa, son los únicos primeros planos de la hija y en ella se condensan los momentos más intensos de la cinta).
En definitiva, ‘Mil años de oración’ permanece como lo que auguraba su base primigenia, “un pequeño cuento”. Un cuento que tarda una hora en emerger y en crear sus bases argumentales, y que despliega su aletargada contención emocional en los últimos quince minutos, quizás demasiado tarde, cuando hace ya tiempo que la historia dejó de interesar al espectador.