Los viajes en el tiempo siempre han ocupado un lugar relevante en la experimentación del género fantástico y de ciencia-ficción, además de resultar arriesgadas apuestas narrativas en las que la experimentación le toma el pulso también al ingenio, la brillantez argumental y las justificaciones de la física y la lógica que deben poner a prueba el intelecto a la vez que manifestar su condición de puro entretenimiento.
Nacho Vigalondo recupera con cariño ese género olvidado y subestimado del cine para proponer un juego narrativo de indudable eficacia y de redonda resolución. El director, que también realiza con soltura uno de los papeles de la cinta, traza un interesante argumento alrededor del viaje en el tiempo como principal motor del relato para jugar con la narración cinematográfica y con buena parte de sus elementos naturales.
Que Vigalondo sea honesto en todo momento y no haga nunca trampas en una película que se presta a hacerlas como recurso fácil dice mucho de la apuesta que el director hace por su ópera prima. Se trata en realidad de su mayor virtud: la honestidad, el amor desmedido por su trabajo y de entregarlo todo por el resultado final. Y el resultado final no es otro que una de las mejores apuestas fantásticas del último cine español, con un ya mítico hombre con la cabeza vendada de por medio.
Si bien el resultado visual y partes de su desarrollo evidencian ciertos problemas de presupuesto, y la elección del actor principal resulte discutible, el poderío estético y la resolución narrativa del director soporta la película y la convierte en una obra de gran interés. Los actores están correctos, nunca sobresalientes pero sí muy solventes, mención especial para el sorprendente papel del propio director, y de la siempre estimulante Bárbara Goenaga.
Vigalondo está siempre más pendiente del artefacto que ha creado, del juego que tiene entre manos y de compartir su fascinación por él, que el desarrollo de los personajes o la descripción de las historias personales. Es ese artefacto temporal y sus consecuencias el verdadero protagonista, como en cualquier película del género.
Lo bonito de ‘Los Cronocrímenes’ es que a pesar de sus carencias, a pesar de evidenciar toda esa falta de recursos que la convertirían en una película sobresaliente, ha sabido conservar su ilusión primigenia, su fascinación originaria por el género, por la ciencia-ficción, por los avatares del tiempo y por mostrar una de las mil aventuras que éste entraña de la mejor manera posible.