Sucede con Green Lantern como con aquellas grandes historias que suenan ridículas cuando se intenta contarlas en voz alta. Si se les obliga a escapar del contexto en el que fueron creadas, todo su encanto puede desaparecer de repente.
Especialmente ocurre con Green Lantern, cuando una historia concebida inicialmente como un relato de caballería, en un contexto pleno de fantasía, pretende contarse a través del filtro de la mirada adolescente que parece inundar el imaginario hollywoodiense del que no desea salir para narrar ninguno de sus relatos.
El trasfondo de la nobleza, del triunfo de la voluntad, de la fuerza de las convicciones personales, parece quedar en un segundo plano ante el poder arrollador de la música popular, los clásicos chistes del héroe novato o la ridiculez de sus personajes secundarios.
Queda patente así la imposibilidad de llevar cualquier material a la pantalla si no es bajo el profundo compromiso de mantener el tono original con el que fue creado. La enriquecedora historia original y su complejo trasfondo quedan aquí situados al límite de lo risible. Green Lantern tiene la capacidad de crear, con la ayuda de su anillo y con su imaginación como única barrera, cualquier objeto que desee en una milésima de segundo.
Si uno de los principales alicientes del cómic era precisamente la originalidad y la inteligencia desbordante ante las creaciones del anillo para superar cada una de las situaciones a las que se enfrentaba el héroe, la indefensión que ofrece un guión absolutamente plano parece extenderse también a la falta de chispa de esas materializaciones, como si el talento de sus cuatro guionistas acreditados se hubiese desvanecido en el momento en que decidieron copiar una idea del todo inadaptable bajo los cánones comerciales del presente.
El anillo del héroe puede crear cualquier cosa que la imaginación pueda concebir, y sin embargo sus resultados son decepcionantes. No hay una metáfora que ilustre mejor buena parte del cine del presente, provisto de unos efectos especiales que se muestran como lo único resolutivo de toda la función, pero que, con ellos como principal arma, cualquier resultado acaba siendo mediocre incluso cuando parte de otro lugar, de un material ajeno o de historias consagradas en otros formatos.
“Si The Green Hornet ha vuelto a adaptarse al cine, Green Lantern también puede”, debieron pensar. Creyeron que la historia de Linterna Verde podría contarse del mismo modo que se desmadeja a un Iron Man o a un héroe de la talla de Hulk. Se olvidaron por el camino del honor de caballería, de la inteligencia como arma, del poder de la voluntad y de la nobleza. Cosas que ya no existen.