Esta no es una crítica al uso, al igual que la obra tampoco lo es. Se trata de dos películas (Ella y Él) que deben entenderse como si fuera una sola, vistas sin solución de continuidad, en tanto que ambas bucean en la misma historia, la de la ruptura de una joven pareja que ha perdido a su primer bebé, a través de dos puntos de vista diferentes. El hallazgo puede parecer una fácil artimaña, una que parezca buscar el golpe de efecto continuo entre situaciones idénticas que en un film simplemente ocurran y en el otro se limiten a repetirse bajo otra perspectiva.
Nada más lejos de lo que propone Ned Benson con su delicado y sensible, pero también ambicioso trabajo. Quizás lo más hermoso del dispositivo que ha creado sea ver que ninguna persona afronta el duelo de la misma manera, que ninguna palabra puede alentar porque nadie vive ese doloroso proceso de igual forma. Para Eleanor (una Jessica Chastain en la plenitud de su sutileza y arropada por la elegancia herida de su personaje) el mundo ya nunca podrá ser el mismo lugar y por eso su mirada es desolada, en el intento de empezar desde unas cenizas en las que aún se ve atrapada. Conor, por el contrario (un James McAvoy igualmente sutil y sensible que sigue siendo recordado más por sus personajes que por su propio nombre), siente que sigue viviendo en el mismo mundo solo que ahora le faltan sus dos tesoros más preciados: es lógico, pues, que su vida se convierta en una explosión de rabia continua, en un duelo que se manifiesta a través de lo físico.
El autor ha dispuesto dos interesantes estructuras que, si bien se miran con evidencia la una a la otra, guardan no pocas diferencias que son las que han convertido este proyecto en algo más allá de la pura pirotecnia argumental. Benson propone diferentes recuerdos de pareja para cada una de las películas, como si una situación tuviese más peso que otra para cada uno de los personajes. A partir de ahí es donde se inicia un puzzle emocional y se aleja del simple juego con el punto de vista. Donde encuentra más problemas la película es en los momentos en los que se desdobla, allí donde sí se ve obligado a abordar la misma escena una vez más, en una película y en otra, y a veces opta por lo espectacular, por el golpe de efecto que se carga de un plumazo la sutileza del resto.
Llena de diálogos que tratan de buscar respuestas a lo que les ocurre a ambos protagonistas, los mejores momentos en ambos filmes aparecen, en realidad, cuando surge una tenue música y la cámara se limita a seguir su tránsito solitario por la ciudad. El otro gran baluarte del relato, también estructurado de forma simétrica, es el testimonio que dan los padres de ambos en el momento crítico de las dos películas. Aún con personalidades absolutamente opuestas, los padres (interpretados por William Hurt y Ciarán Hinds) se hacen con algunos de los momentos más sobrecogedores del relato, esos que Ned Benson parece buscar de entre las situaciones anodinas que plantea.
El proyecto que conforman Ella y Él parece diseñado, desde la honestidad y con el apasionado deseo de narrar un relato muy personal, para generar una sensación final de belleza y desamparo. Poco importan ya los momentos cotidianos, las escenas torpes o las secuencias menos acertadas. La sensación de conjunto que desprenden parece pesar sobre los detalles porque, quizá, esa sea la elogiable búsqueda que se propone Ned Benson: encontrar la poética buceando en lo corriente, en los entretiempos, en las situaciones en apariencia intrascendentes. El final de Él parece ofrecer suficientes pistas, en ese epílogo tan ambiguo como profundamente bello y melancólico. Ambos recorren las calles mientras sienten, de alguna manera, cómo el fantasma del otro les continúa acompañando. Vayan a donde vayan, elijan la vida que elijan, La desaparición de Eleanor Rigby ha descubierto, a través de su honda sensibilidad, que aquellas dos personas en cierta manera nunca dejarán de pertenecerse.