La entrada de ‘Hancock’ en el panorama cinematográfico actual obedece a la lógica aplastante de las intenciones conservadoras de los estudios hollywoodienses, a la hora de agotar las franquicias más rentables minimizando así sus posibles riesgos financieros.
Agotadas ya la mayoría de las referencias de Marvel y DC, la industria del cine comienza a producir sus propios referentes, tal como ocurriera con ‘Jumper’ hace apenas unos meses (también comentada en esta página) en una búsqueda desesperada por crear nuevos modelos sobre los que edificar toda una nueva legión de seguidores, como ocurriera a principios de la década con las revisiones bastante mediocres de algunos de los más afamados personajes de cómic de ambas editoriales.
‘Hancock’ se revela así, ya en su punto de partida, como algo novedoso, pero su originalidad no termina ahí, sino que subyace sobre todo en la creación de un verdadero anti-héroe, un personaje de acción odiado por las masas y sin acierto alguno para acometer unas heroicidades que resultan más aparatosas que las maldades de los propios villanos.
Ahí reside el mayor encanto del filme, en apreciar esa hermosa mezcla entre fuegos artificiales (y menudos fuegos, apenas hay secuencia que no incluya gran cantidad de efectos visuales, algunos más acertados que otros), una torpeza llena de humor y un personaje que, a pesar de hacer el bien, es odiado por todos.
Will Smith aporta una profundidad pocas veces vista en un personaje heroico (y los intentos en películas de más serio calibre son muy numerosos) con ese doble fondo producido por la angustia de desconocer su origen y de saberse desamparado en un mundo que lo ha marginado por sus incontrolables dones.
La mayor acción heroica de la película es que trata de construir sus propias referencias, de construirlas a medida que se construye a sí misma, y ese es el valor que sustenta a esa brillante primera media hora de metraje, un atisbo de frescura que logra emborronar el resto de posibles defectos narrativos.
Sin embargo, una vez construida esta maravilla argumental, la película comienza su imparable decadencia embarcada en una cadena de absurdos que la llevan a la más absoluta decepción. Cada decisión de guión es aún más disparatada y fallida que la anterior, y todo lo que había conseguido en su primera mitad queda destruido por los lamentables giros que van aconteciendo y por comprobar cómo cada resolución es aún peor que la que precedía.
Cine de entretenimiento en el que todo parece estar en su sitio, todo parece encajar debido a la irreverencia tanto de su planteamiento como de sus formas. Pero ‘Hancock’ no solamente pierde fuelle argumental: en ese devenir de malas decisiones también pierde del todo su identidad, toda su originalidad inicial se licua con rapidez y sus imágenes pasan al limbo de los lugares comunes y a identificarse con las de cualquier tele serie de acción convencional.
Este filme es el ejemplo perfecto de cómo el amor por la pirotecnia, esa discutible regla infalible que castiga a todos los largometrajes de acción producidos en la factoría dorada, termina relegando a la decepción más absoluta un material de partida con tanto potencial que uno no puede más que llorar esa terrible manera de desaprovecharlo.