“El cine se hace con amor”, dice Lloyd Kaufman, el director de El vengador tóxico (1984) y personaje invitado del Festivalito de La Palma en 2016. Las películas de Kaufman, ancladas en la serie B y llenas de inventiva, hicieron gala siempre de un especial ingenio para superar los obstáculos de unas producciones que nunca dejaron de ser complejas. Puede que por ese motivo José Víctor Fuentes, director del Festivalito, escogiera al realizador neoyorquino como cabeza visible del Festival en su undécima edición, porque en el fondo el espíritu de ambos es similar: la ilusión es el motor y las sonrisas superan cualquier impedimento.
Kaufman llenó La Palma de un espíritu creativo y desprejuiciado durante su estancia que acabó contagiando a los participantes, pero en estos momentos el festival se encuentra en un delicado dilema presupuestario: seguir invitando a una estrella como reclamo publicitario o bien reforzar la organización del evento con una plantilla mayor. Lo segundo parece clamar al cielo, pero lo primero sigue siendo el combustible principal para alcanzar una ansiada proyección nacional que permita la subsistencia del certamen.
Sea como fuere, ni lo uno ni lo otro es el fondo de la cuestión: los problemas organizativos siempre se solventan de una forma u otra y las estrellas invitadas quedan relegadas a lo anecdótico. Dado que el Festivalito es, en este momento, uno de los grandes encuentros para los creadores canarios y en parte fuente de la más interesante producción audiovisual del archipiélago, la cuestión que conviene enfrentar es su fecha de celebración. El cambio del mes de agosto a mayo ha hecho que los organismos públicos den luz verde al evento y que la organización trabaje sobre unas dimensiones en cierto modo más manejables, pero la participación ha sido sensiblemente menor y también, en consecuencia, la calidad general de los cortometrajes a concurso. La aspiración de un festival (de cualquier festival) debe ser la de crecer y no conformarse; puede que en ese crecimiento radique el verdadero reclamo publicitario de cara al futuro.
Conviene subrayar estos elementos porque, en el fondo, lo más relevante continúa siendo a fin de cuentas los trabajos artísticos realizados durante la semana, el auténtico legado cultural del Festivalito. “O inventamos o erramos”, era el lema con el que se invitaba a los participantes a la creación, en referencia al problema medioambiental que enfrenta la humanidad, aunque también podría aplicarse al propio contexto del certamen. En ese sentido, la presencia de Magalí Velasco y Anatael Pérez resultó uno de los grandes motivos de celebración: nuevas autorías, jóvenes e imaginativos rostros que sorprendieron con más de una pieza en las proyecciones. Una presencia igualmente prolífica y destacada fue la de la autora Lila Ø, que presentó distintas piezas entre las que sobresalía Concoct or Wander, un ejercicio profundamente reflexivo en el que la realizadora ponía sobre la mesa su sensibilidad a modo de motor absoluto para sus historias.
El chiste, la broma fugaz, el relato con moraleja y los divertidos enunciados verbales del propio lema del festival protagonizaron, como de costumbre, buena parte de los trabajos finales. Escapaban de lo anodino algunas piezas que, sin acercarse a lo experimental sí que transitaban rumbos atrevidos o cuanto menos sugerentes: 6 citas del libro Sociedades Americanas, de Ayoze García, que combinaba esas distintas citas con imágenes alegóricas en un notable trabajo de puesta en escena; Eat Shit Bitch, de Josafat Concepción, que proponía una persecución interminable a través de las carreteras de La Palma en una alucinada travesía nocturna; y El desembarco, de David Pantaleón, auténtica película-espejo de su anterior trabajo (El polinizador) que venía a reimaginar la isla en inciertos tiempos de conquista.
El certamen premió a María de Vigo y su Camino a la luna, una alegoría en torno al comportamiento de Europa frente a la problemática de los refugiados sirios con una excelente interpretación de la propia directora, y el premio de distribución que otorgaba Digital 104 recayó en Burbuja, de Juanjo Neris, uno de los trabajos más estimulantes que propició el festival, una mirada en torno a los espacios de Santa Cruz que han quedado en el limbo tras la crisis económica. La niña, de Domingo de Luis, enfrentó a tres de los grandes actores del festival (Luifer Rodríguez, María de Vigo y una sobresaliente Ruth Sabucedo) en una sutil historia de amor no exenta de pasiones contenidas. El premio del jurado fue a parar a Fuera de hora, de Jonay Alemán e Iván Umpiérrez, alumnos del notable realizador Cándido Pérez de Armas, un inquietante y sugerente relato que se servía de las posibilidades de la multipantalla a través de cuatro cámaras de seguridad. Puede que aquel cortometraje resumiera, en cierta medida, las aspiraciones de un evento como el Festivalito de La Palma: un lugar en el que las pantallas se multiplican, los relatos vuelan alto, una fuente inagotable de creatividad o, como diría Lloyd Kaufman, José Víctor Fuentes o el propio cohete que prestaba rostro a la cartelería del festival si pudiese hablar, un lugar desde el que seguir mirando a las estrellas.