Posiblemente, el gran reclamo de una película como Felices 140 sea el golpe de efecto con el que el guión, en su punto central, propone cambiar de tono por completo y saltar de manera abrupta desde la calidez de lo cotidiano hacia una comedia cínica y oscura. Un guión que, desde su planteamiento teórico, ofrece la posibilidad de filmar en una sola película las dos caras de un género que abandona de súbito su rostro más amable para ofrecer su más desagradable reverso.
La concreción en imágenes de esos planteamientos arroja resultados discutibles. En gran medida, porque los personajes no han dejado de ser clichés en ningún momento: es muy fácil exhibirlos, pero no tanto encaminarlos hacia un fin narrativo común. La prometida veinte años más joven, el soltero de oro, la mujer maltratada, el adolescente en pleno despertar… Si bien la primera mitad de la película podría entenderse como una deconstrucción, en clave de parodia, de todos los tópicos sobre los que se sostiene el clásico reencuentro de viejos amigos, la utopía de trazar más tarde una precisa radiografía social a través de esas mismas caricaturas parece inalcanzable.
Esta fisura no es solo una cuestión de credibilidad a nivel argumental, pues en cierta manera también desde lo formal Felices 140 se adentra ingenuamente en su propio naufragio. La propia manera de filmar es ya una declaración de intenciones: en sus momentos más íntimos, Gracia Querejeta se aferra a esos mismos tópicos que el propio film pretende poner en duda, para que su película consiga avanzar.
Planos cenitales, travellings circulares… La planificación parece obedecer a una cierta rutina narrativa. Pero cuando el tono se retuerce y la historia revela por fin su verdadera cara, la puesta en escena debería ser, en coherencia con su propuesta argumental, un ejercicio consagrado a desmontar las prácticas acostumbradas. Nada de ello ocurre aquí; todo lo contrario, los planos se vuelven aún más anodinos, menos comunicantes. El personaje interpretado por Eduard Fernández discute por teléfono con su esposa. Mientras él se siente aprisionado, la cámara lo filma tras unos barrotes… La pobreza de los recursos visuales de la película desemboca en esta imagen que, por evidente, pone de relieve la soberana ingenuidad del proyecto, como si Felices 140 pretendiese poner en escena el descreimiento de una sociedad materialista a partir de unas imágenes totalmente inocentes, rematadamente inofensivas.
Quizás sean los diálogos los que mejor reflejen que, a pesar de sus esfuerzos, la película de Gracia Querejeta respira el efecto trasnochado de sus profundas incoherencias. Ingeniosas réplicas entre personajes que remiten a la época dorada del Hollywood clásico, persiguiendo un pálido reflejo del estilo propio del cine de Billy Wilder. Frases del cine clásico para una película posmoderna que pretende cambiar de tono a mitad de metraje, un pequeño detalle que revela los arcaicos procedimientos sobre los que intenta construirse. En ese sentido, la música de Federico Jusid cae en el mismo pecado: después de presentar un agradable tema romántico para la primera parte, se limita a repetir el mismo tema en modo menor para la segunda. Los últimos compases del filme, en los que surge por fin una pieza para piano al estilo de Erik Satie, son quizá demasiado tarde para enderezar el rumbo. Un final abrupto, distanciado y desprovisto de toda rotundidad, termina por alumbrar las aristas de un proyecto felizmente interpretado, pero en el que las intenciones se adivinan mucho más certeras que la manera de convertirlas en cine.