La comedia se ha visto siempre obligada, como género, a una constante renovación exigida por la caducidad de sus golpes de efecto. La producción americana sufrió una pequeña revolución que coincidió con la llegada de Judd Apatow, autor de unas conquistas tan sobrevaloradas como efímeras. El resultado de aquel tímido movimiento era hacer que conviviesen relatos más cotidianos de lo habitual junto a un cierto coqueteo con la incorrección política que no comprometiese al romance como imagen de postal propuesta en las escenas más determinantes del filme.
Pero aquellas prácticas, que muchos críticos consideran conquistas, han derivado en un preocupante aumento de la caducidad del modelo propuesto para el género. La confusa idea de que cuanto más cercano es el relato al espectador más posibilidades se tienen de éxito ha generado una, aparentemente indiscutible, permisividad del relato mediocre. Si la situación resulta familiar, entonces parece lícito convertirla en una sucesión de chistes que no tengan vinculación alguna con el desarrollo de lo acontecido, como si un grupo de amigos se subiera a la tarima, cerveza en mano, a tratar de entretener al resto. Tal vez un tipo de público disfrute realmente con ese tipo de entretenimiento, pero ¿cuánto tardará una película así en envejecer, en perder su vigencia o incluso en ser válida como producto cinematográfico? ¿Cuál es su fecha de caducidad? ¿Ayer?
Eternamente comprometidos comienza con una idílica propuesta de matrimonio. El componente romántico que se anuncia ya desde la primera escena para vertebrar un encanto que va a ser difícil de mantener a lo largo del metraje a no ser por ciertas situaciones un tanto forzadas. Y la película pronto describirá la imposibilidad de celebrar ese matrimonio debido a los avatares propios de una vida cotidiana que no da momento para el respiro a la joven pareja. Ahí empieza y termina el discurso de una película insípida, que se abandona a sí misma navegando a la deriva confundiendo la nadería argumental con el discurrir natural de la vida.
Y no es ese el único agujero de la cinta. Su mayor punto negativo es aquel que condena a las malas comedias. Su duración. La filosofía particularmente extendida de que la comedia es ritmo por encima de todo bien podría explicar el fracaso del género en las últimas décadas. Una película no puede ser ligera cuando dura dos horas y diez minutos, menos aún cuando parece que se extiende de una manera forzada porque no sabe hacia dónde ir. Eternamente comprometidos tiene que lidiar con la falta de valentía de no haber sido recortada lo suficiente en la sala de montaje como para ofrecer un desarrollo ágil que ayude a ocultar las lagunas de su argumento y la falta de química de sus actores.
Porque si de algo adolece la película es, precisamente, de auténticas interpretaciones. Emily Blunt se ha especializado, de manera notable, en apoyar los roles de sus compañeros de reparto, pero empieza a perder oportunidades como gran actriz al acostumbrarse a elegir personajes a los que le gustaría parecerse, nunca suponen un auténtico reto para ella. De modo que todo el peso lo lleva un Jason Segel que tiene muy poco de intérprete. La presencia no implica actuación, ni tampoco el recitativo del texto. Si como guionista su trabajo ya resulta justificadamente discutible, su labor como actor evidencia la absoluta inutilidad para el cine de los años de experiencia que acumulan en el medio los actores de televisión, educados en una ausencia total de conocimiento sobre qué demonios significa la puesta en escena.
Para saldar sus ausencias y disfrazar sus defectos, la película se escuda en esa moda del último lustro sobre cómo el mal gusto y el gag de tintes desagradables puede convivir en el film de gran presupuesto como el mayor de sus reclamos. Una cocinera se corta el dedo y chorrea el cristal de la cocina, que está orientado hacia los clientes. Festival del humor. O un protagonista que se ve obligado a perder un dedo del pie tras pasar la noche a la intemperie bajo una fuerte nevada. ¿Es necesario el matrimonio entre lo escabroso y lo escatológico confrontado a la cotidianeidad para producir la carcajada? ¿De verdad es ese el modelo de humor celebrado por el espectador exigente?
Finalmente uno descubre, como espectador, que lo peor de una comedia de Jason Segel es la triste certeza de comprobar que todo suena mucho más divertido cuando se cuenta, cuando se piensa, cuando se recuerda, que mientras se está contemplando en la pantalla. La prueba definitiva de que lo único valioso en Eternamente comprometidos son las ideas, lo que se pensaba hacer, antes que la pobre experiencia cinematográfica que se nos brinda. El trecho entre ideas y resultados que es más corto cuanto mejor cineasta se es. Aquí, sin embargo, para el cine de verdad aún queda un largo camino.