Han pasado casi cincuenta años desde que Andy Warhol rodase Sleep, filme de varias horas de duración en el que podía verse dormir a su amante. Un ciclo completo de sueño en una sola toma. El filme, exhibido en museos, no necesitaba verse en su totalidad. Bastaba con comprender la idea y, quizás, admirar el atrevimiento y la audacia de su creador.
Desde luego no nació con Warhol el valor de la idea en sí misma sobre la propia obra que ésta genera, pero con él podría decirse que el cine encontró su mayor y más desleal truco de marketing.
La idea de Rodrigo Cortés consiste en una película capaz de sostenerse en su totalidad mostrando sólo a un hombre encerrado en un ataúd. Más de sesenta años después de La soga, de Hitchcock, que se jactaba de haber sido rodada en un (falso) plano-secuencia, o setenta después de ver cómo la publicidad de Ninotchka rezaba: “Garbo ríe”, el cine ha dejado de encontrar su sustento en la validez de una simple idea.
El ejercicio de estilo de Cortés parece más una enorme exhibición de ego que una búsqueda real de nuevos horizontes narrativos. Se confunde aquí el interés que pudiera tener la cinta con la simple angustia de ver sobrevivir al personaje atrapado. De este modo, Enterrado está más cerca de Saw, otro filme sin sustancia apoyado en una premisa brillante, que de las obras maestras mencionadas anteriormente.
En la habilidad para llenar de dinamismo visual una cinta aparentemente tan pobre radica la mayor virtud del director, firmando una película de ritmo intenso y constante, apoyada en la notable interpretación de Reynolds y negándose siempre a caer en los tópicos, en las resoluciones complacientes y en las fórmulas más reconocidas.
Eduard Grau da nueva muestra de su poderío visual y ofrece destellos de su genialidad y creatividad a la hora de iluminar la película y sus reducidos espacios. La ingenua trampa de todos los objetos lumínicos colocados en el ataúd, su único recurso fácil, ofrece la posibilidad de que el color de las luces vaya cambiando episódicamente y la estética no permanezca estancada.
Ahí terminan las virtudes de una película tan original como hueca en su interior. Después de su genial exhibición del dominio audiovisual con su anterior Concursante, y de mostrar en Enterrado todo lo que puede hacer con un solo actor y una cámara, ahora que empieza su aventura americana, ¿podrá Rodrigo Cortés olvidarse de sí mismo?