Nominada al oscar como película de animación, más cercana a The Danish Poet, aquel corto magistral de Torill Kove que también ganara el oscar hace unos años, que a cualquier otra película de animación hecha en nuestros días, El secreto de Kells reivindica muchos valores que se han perdido con la animación contemporánea.
No solamente el valor de mostrarse como una película de engañosas dos dimensiones, un arte poco usual en nuestros días, casi a contracorriente. También el valor de la historia que plantea, de cómo la plantea, y de cómo es coherente consigo misma durante todo el metraje.
¿Es realmente un filme de animación? Ningún otro filme animado se había atrevido a dirigirse a los niños cara a cara, había expulsado de su mundo a los adultos con tanta furia artística y había creado un universo propio con tanta dulzura y genialidad. Es la constatación de que un filme para niños puede interesar a los mayores y no por ello debe atesorar esa fea costumbre de dirigirse siempre al adulto en lugar de al propio niño.
La historia de un jovencísimo monje de la edad media que vive en un fortín como manera de defenderse del asedio vikingo desde luego no es una premisa frecuente.
Que ofrezca el punto de fuga de la realidad al encontrarse a una ninfa en el bosque le da la oportunidad de desplegar todo el talento visual que desprende la película.
Que señale al arte, además, como única forma de defenderse ante la barbarie, resulta tan impensable en una película de nuestros días, tan maravilloso, tan inspirador, tan puro, tan renovador que la sola idea es capaz de levantar todo el edificio.
Sorprendente imaginario visual para una historia tan original como conmovedora. Lástima que por su condición puramente infantil se desinfle en su parte intermedia y acuse la duración de un largometraje antes de poder llegar a la resolución.
A pesar de no ser una obra maestra, el apartado visual no es la única pincelada de genialidad y de talento artístico de la cinta. El secreto de Kells, dentro de su falta de pretensiones y el aire fresco que respira, genera una cantidad singular de preguntas frente al cine de animación de consumo frecuente.
¿Realmente era tan difícil, en estos tiempos, que el humor fuese sutil y nunca forzado, que la ingenuidad fuese de repente un valor encontrado, que la pureza de un niño fuese valorada tal y como debería serlo, y que el buen gusto fuese por fin un valor y no una manera de no alcanzar mejores cotar de humor, como creen algunos?
La película se erige entonces no solamente como una entretenida película de animación, divertida y de una hermosura para la vista pocas veces concebida. Es también un pequeño espejo, sencillo y sin pulir, en el que debería mirarse más a menudo el cine comercial de nuestro presente.