Con el colapso de la Unión Soviética en los años noventa del pasado siglo, Cuba entró en una época de crisis económica que dio en llamarse el «periodo especial». Agustí Villaronga ha adaptado la novela de Pedro Juan Gutiérrez, enmarcada en la Habana de esos años, con el deseo de hablar sobre cómo la miseria del entorno acaba por sepultar la humanidad de todos los hombres.
El relato se sirve de Reinaldo, un joven que experimenta todo tipo de tribulaciones, desde su niñez a la edad adulta, y sobre el que pivotará una fauna de personajes secundarios que aparecen y desaparecen con cierta ligereza de la línea argumental principal. Habría que analizar el prólogo , en el que se describen los duros acontecimientos que truncaron la infancia de Reinaldo, para poner en tela de juicio unas formas de representación perezosas, incapaces de alejarse del tópico, y un montaje apresurado que convierte en comedia el sentido dramático de lo que aparece en las imágenes.
El resto de la película, ya con Reinaldo de adulto, discurre bajo las mismas formas en buena parte porque todo gira alrededor del sexo, y porque la oscuridad de lo literario tiene poco que ver con su representación en imágenes. La ausencia de moral en el relato parece obligar a que El rey de la Habana se convierta en territorio de la vulgaridad. El filme confunde la crudeza de lo que ocurre con la licencia para perfilar todo bajo un trazo grueso. De ahí que los personajes no sólo clamen por su supervivencia, sino que todo lo deban enunciar a gritos. Y cuando alguno necesita hablar desde un cierto romanticismo, el diálogo gira bruscamente hacia el extremo contrario, revelando que la película no puede escapar de la caricatura con la que dibuja el lugar y sus gentes.
De ese modo, el filme no avanza más allá de su premisa inicial: el instinto de supervivencia elimina todo atisbo de humanidad, aunque eso ya se adivinaba desde la primera de sus escenas. Quizá en su deseo de que la narración se muestre lo más fluida posible, el frenético montaje ha deshumanizado a la película tanto como el relato a sus personajes. El resultado es la representación de la miseria desde lo anecdótico, poniendo en cuestión si es lícito hablar de la pobreza partiendo de tribulaciones hasta que se conviertan en aventuras. Digamos que El rey de la Habana termina convertida en todo aquello que critica.