En la primera escena de American Sniper (un título mucho más revelador para las intenciones de la película que su título en español), el soldado Chris Kyle apunta a un niño que sostiene una granada en sus manos. El visor del rifle revela la urgencia del momento: es la vida de ese niño contra todo un pelotón de compañeros americanos. Y la imagen parece ponernos en la piel de ese francotirador, invitando a compartir el proceso mental que termina justificando un posible disparo.
Al igual que el propio francotirador cuando aparta el ojo de la mirilla, la película también huye de la situación justo al apretar el gatillo: la escena viaja al pasado, quizá al primer encuentro del joven con la muerte, en un recuerdo lejano con su padre durante un día de caza. El sonido del rifle retrotrae al soldado, entonces, a un recuerdo de su infancia, al primer instante, a ese primer disparo fulminante. Es, quizás, la operación narrativa más audaz y sugerente de toda la película.
Lo que parece revelar ese flashback es que las decisiones tomadas durante el combate no tienen tanto que ver con las amenazas en el campo de batalla, sino más bien con un proceso educativo que ha ido moldeando la mentalidad durante toda una vida. Un disparo que viene respaldado por toda la cultura de un país. El problema que subyace en American Sniper es descubrir que la película condena la forma en que la guerra corrompe al ser humano al mismo tiempo que, a pesar de todo, parece estar justificando el conflicto de Irak en discutibles términos de supervivencia, no sólo cuando enfrenta al francotirador a estas dicotomías de la ética con cada disparo, sino con la manera misma de representar al pueblo contrario, que nunca deja de retratarse como a un enemigo.
Abandonar el servicio y volver a casa no tiene sentido; el campo de batalla se ha convertido en el hábitat natural, en el contradictorio paisaje donde no puede habitar la vida y abandonarlo, al mismo tiempo, revelaría los insoportables traumas con los que carga el soldado. En estos términos argumentales, American Sniper supone una manera de convertir en largometraje el discurso de los últimos cinco minutos de The Hurt Locker (Kathryn Bigelow, 2008), aquella coda en la que el héroe reconocía que, después de todo lo vivido, ya no podía volver a casa. Las discusiones de pareja y la presencia de un bebé/muñeco que nadie evita en disfrazar no hacen sino manifestar que el final feliz de la vuelta a casa no es más que una bonita fachada, un imposible punto y aparte.
Pero juzgar el esquematismo argumental del film de Eastwood no resulta interesante en tanto que no persigue realmente un relato propiamente dicho, sino la reconstrucción de un punto de vista: la historia real del marine Chris Kyle y su manera de vivir las cosas. Una biografía que sirve para poner de relieve la sinrazón del conflicto, la banalidad de la vida y la muerte en el corazón de la guerra, pero cuando el realizador utiliza ese material para mostrar el disparo de una bala en ralentí… Espectacularizar la acción también es un punto de vista. Importa poco a estas alturas la incapacidad comunicativa de los procedimientos clásicos de Eastwood, la poca solidez de los argumentos o que un bebé de juguete acapare la atención durante toda una secuencia. Lo que importa es descubrir que lo que interesa realmente al realizador también se está volviendo, con el tiempo, tan poco interesante como aquellos elementos a los que ha desatendido.