Hollywood debería reflexionar acerca del enorme abismo que ha creado en torno a los referentes culturales y su manera de representarlos.
En la cultura popular, en los cómics, en los iconos de la televisión, ese abismo es aún más profundo. Todo pasa por el filtro de lo comercial, todo atisbo de arte desaparece y lo que antes era original, o al menos diferente, queda absorbido por un modelo homogéneo que termina generando siempre la misma película.
No es un descubrimiento, ni se trata de nada nuevo. Hollywood está orgulloso de haber asumido que el éxito se basa en producir el mismo filme a través de mil máscaras diferentes. De hecho, los creadores de El Equipo A se vanaglorian de que la película beba del original lo justo y necesario.
De ese modo, la película sólo toma del material original los nombres de sus protagonistas y algunos rasgos de su personalidad estrambótica. La planificación militar del grupo, el humor desprejuiciado, la buena fe y la defensa constante al pobre desvalido, que eran las verdaderas virtudes de la serie de televisión, quedan aquí fuera de lugar.
Del mismo modo que el filme más importante en la filmografía de Joe Carnahan, Ases Calientes, aquí encontramos masa muscular, vehículos de última generación, armas sofisticadas, explosiones y piruetas imposibles como única moneda de cambio.
La suspicacia de los diálogos es una utopía, el interés queda completamente fuera de la función, ninguno de los actores parece estar trabajando en serio (especialmente el infumable Bradley Cooper), y toda la propuesta se alaba a sí misma como monumento a la estupidez del cine comercial descerebrado que sufrimos hoy.
Decir que se trata de la peor película de la temporada es decir poco. Con ella, no sólo se destroza un referente televisivo de carisma reconocido, sino que continúa la senda de buena parte del cine del presente, un cine que no interesa al espectador ni tampoco a quienes participan en él.