Punto de inflexión en la carrera de Naomi Kawase, realizadora japonesa que junto a Nobuhiro Suwa representan una cierta edad y estilo del nuevo cine, un cine lleno de sensibilidad y de ternura que no duda en relatar hechos profundos y conmovedores con un estilo de realización muy lánguido y personal.
En concreto el cine de Kawase es un cine de la ausencia, de la pérdida, un cine que habla de los vínculos afectivos perdidos o fragmentados y de cómo el ser humano trata de reaccionar ante sus carencias y necesidades, sobre todo en ese plano afectivo.
Punto de inflexión para la autora por su enorme reconocimiento y porque gracias a ella su nombre resuena internacionalmente, pero también película importante para ella por conseguir la depuración de su estilo y el acierto total en su lenguaje, forma y fondo para contar su personal historia de la mejor manera posible.
El Bosque del Luto está marcada por la belleza y sencillez del encuadre, por el impresionista uso de los colores, y por esa cercanía cámara al hombro a los personajes por la que gracias a ella podemos sentirnos partícipes de su dolor.
La poesía impregnada en un viaje tan sencillo pero tan profundo en su esencia es esencial para conformar un mensaje devastador. Queda una película para el recuerdo que conmueve, desorienta y asombra por su peculiar estilo narrativo, y enamora por la sencillez de sus personajes y por la carga emocional que contienen sus historias.
El acierto también radica en su base, en un guión que por primera vez condensa y concreta de manera mucho más pulida y madura todas las obsesiones de la directora, que trabaja por fin sus temáticas con un metraje ajustado y preciso.
La travesía emocional que por un bendito accidente viven juntos Shigeki, que ha perdido a su esposa, y Machiko, que pierde a su hijo, es el eje que vertebra toda la obra. Un recorrido que ahonda en su dolor y su pena, y no trata de ofrecer una fácil catarsis que los redima felizmente. Muestra su dolor encerrado, el luto que viven y que los atormenta, muestra su desesperación y sus ganas de ser redimidos de ese dolor, y luego filma con enorme belleza su ascensión nuevamente a la vida y a la búsqueda de un camino vital que de sentido a su sufrimiento.
Ese es el cine de la ausencia que propone Kawase y por la que a través de él pretende encontrarse a sí misma y que el espectador la encuentre a ella, emocionada con poder mostrar, a través de otras historias, su propio dolor.
Cine puro, sin fisuras, que no teme equivocarse, que se muestra vivo y valiente. Cine decidido, personalísimo y libre, lleno de gloriosos momentos, envuelto de una belleza poética que lo abarca todo y que convierte su aparente sencillez en la que es, hasta hoy, la obra maestra de su autora.