¿Qué hacer frente a las películas perfectas? Esas que están cuidadosamente diseñadas, esas películas impecables de las que no se podría decir nada malo y al mismo tiempo nada constructivo más allá del puro elogio. Del revés es una de ellas, una que nos arrastra, tal y como son sus propios personajes, a las emociones más primarias y a la desaparición de todo juicio crítico.
Pero en ese proceso de seducción inmediata cabe preguntarse por la naturaleza de la obra de arte, por su necesaria extrañeza, por cómo nos desarma con su sinceridad en lugar de complacernos con su brillantez. Sólo así podría ponerse en perspectiva ese entusiasmo cegador que impide ver qué hay de bueno y qué hay de cuestionable en las películas que nos deslumbran, qué sobrevivirá al paso del tiempo y qué no lo hará.
Algo debió cambiar en el seno de la compañía Pixar ante el éxito de Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010), en aquella escena final en la que el protagonista humano daba el salto a la edad adulta, para entender que ningún argumento épico se acercaría nunca a la emoción que destilan los momentos de la vida compartidos universalmente. Los argumentos de la productora se han ido acercando cada vez más a la experiencia de lo humano para terminar narrando, en Del revés, los procesos mentales de una joven adolescente a través de cinco personajes/emociones que habitan su cerebro y controlan sus actos.
Una premisa brillante que ostenta la virtud de narrar, con diáfana claridad, una época de cambio vital profundamente compleja. En ella se dan cita dosis de humor y de melancolía de una forma eficaz y simple gracias a la naturaleza de sus personajes: emociones andantes con las que transportar fácilmente el relato de la risa al llanto. Del revés es una película importante porque, en esta época hipertecnificada en la que no dejamos de exhibir lo inmensamente felices que somos y la intensidad con la que vivimos, reivindica la importancia de la tristeza como otra importante constructora de nuestra identidad. Una película que hace visible ese proceso en el que entendemos que permitirnos sentir aflicción también es necesario para continuar creciendo.
Pixar construye esta tierna y deslumbrante historia haciendo uso de la depurada fórmula narrativa que ha ido elaborando con el paso del tiempo: emotividad profunda surcada por una trama frenética que empuja a la película a vivir en un solo respiro. La habilidad de la compañía para pulsar siempre las teclas adecuadas en términos emocionales parece estar a años luz de sus competidores, dada su capacidad para penetrar en el imaginario popular y convertir sus títulos en clásicos modernos.
Es curiosa, y reveladora, la insistencia por hablar de Pixar como responsable de autoría en lugar del nombre de los propios realizadores de sus películas. Quizá porque en esa fórmula hay también una barrera hacia la identidad propia, unos límites impuestos hacia la expresión personal del cineasta. «El arte sólo puede ser aquello que resiste, aquello imprevisible, aquello que en un primer momento confunde». Las palabras de Alain Bergala nunca impedirán disfrutar de la hermosa experiencia que supone Del revés, pero ayudan a recordar, como el propio argumento de este hermoso filme, que ese cine que nos reconforta nunca será tan conmovedor como aquel que tiene la habilidad de dejarnos indefensos.