La ópera prima de Rodrigo Cortés, acerca de los peligros y trampas de un mundo capitalista que se revela cruel contra los hombres, tiene mucho de declaración de intenciones.
En primer lugar, la firma del guión de la película convierte su cine en una promesa de grandes historias, ambiciosas y profundas. Su pretenciosa unión de espectáculo y entretenimiento con dosis de crítica social han casado de manera sorprendente. Dentro de una estructura sencilla acontecen pequeñas grandes cosas que hacen de su guión un material brillante.
En segundo lugar, su manera de filmar, violenta y desbocada, es también la mejor carta de presentación para el tipo de cine que Cortés desea hacer. Una historia como ésta no podía ser contada de otra manera, y el joven director español tiene la capacidad y la virtud necesaria para imprimir el ritmo frenético que desea y la velocidad adecuada para que corra con fluidez (una verdadera combustión es la expresión apropiada).
Leonardo Sbaraglia, en su papel de protagonista solitario, realiza una excelente labor, con diferencia su mejor trabajo. Desboca su creación cuando debe hacerlo, justo cuando su personaje llega a sus límites, y sabe tomarse poco en serio a sí mismo en un rol que combina ridiculez, desesperación y desesperanza a partes iguales.
Rodrigo Cortés conoce muy bien el audiovisual. Sabe manejarse en sus aguas y controlar cada elemento narrativo con precisión. De hecho una de las mejores armas (quizás la mejor) sea el montaje, verdadera herramienta que añade un valor añadido superlativo al filme, labor que no ha esculpido el ritmo, sino que lo ha reinventado, le ha dado a la película la dimensión necesaria, la rapidez, la precisión exacta para no caer en lo previsible ni en lo banal de un relato contado en un orden desesperante.
Cortés conoce muy bien el audiovisual, pero aún no diferencia los formatos. Todo lo que rueda, todo lo que monta, todo lo que filma, es perfecto. Tiene la medida y la calidad adecuada y cada idea funciona y se revela sugerente. Pero aún no sabe descartar qué ideas pertenecen más a un videoclip que a una película, qué ideas pertenecen más a un documental, qué ideas pertenecen a la naturaleza del anuncio publicitario. Su película se convierte así en un conjunto de ideas mixtas de diversos formatos. Unos casan mejor que otros, algunos funcionan cinematográficamente y otros no. De nuevo el montaje, auténtico protagonista, vuelve a salvar a su autor y no deja que ninguna secuencia se superponga a otra.
Excelente sátira sobre el capitalismo contada con mucho humor, un nivel técnico soberbio y un actor en estado de gracia entregado al proyecto. Confiemos en que la declaración de intenciones de su autor novel se haga realidad finalmente y no tarde demasiado su prometedora segunda obra.