Como poseída por la grandeza temática y la escasez de recursos de The Man from Earth (Richard Schenkman, 2007), Coherence trata de concebir un gran relato de ciencia-ficción sin salir del salón de una vivienda, allí donde se ha congregado un grupo de amigos de mediana edad para una cena tranquila y familiar. La noticia de un cometa que pasará peligrosamente cerca del Planeta Tierra, amenazando con volver la realidad del revés, comienza mencionándose a modo de broma pero terminará enrareciendo de súbito el ambiente de la reunión.
El relato de ciencia-ficción se apoya así en la fuerza dramática de su reparto coral (en la mirada desconcertada y desconcertante de Emily Foxler, especialmente) para traducir un relato de grandes dimensiones: nada es lo que parece y, más importante aún, nadie parece ser quien dice ser. La cercanía del cometa ha posibilitado la confluencia de distintas dimensiones y una versión diferente de ellos mismos anda peligrosamente cerca de la casa. La fuerza de su argumento parece empujar al filme con una energía que presenta cada nuevo nudo de la trama como algo imprevisible e imparable, pero es también su planteamiento formal, con una cámara en mano que fomenta ese espíritu de velada íntima y casera, el que posibilita esa sugerente, sobrecogedora unión de dos mundos en apariencia opuestos: el inverosímil argumento de corte científico que tiene lugar ni más ni menos que en la propia intimidad del hogar.
Pero quizá no termine ahí la mezcla de influencias, estilos y temáticas de la película, que es su auténtica virtud. Otro de sus grandes aciertos es la manera en la que el relato experimenta diferentes estadios en su tono y en sus formas, desde la tranquilidad de la clásica película coral y familiar hasta la desorientación propia del drama psicológico, siempre con la premisa de las múltiples dimensiones sobrevolando cada escena con su sugerente incertidumbre. Los diálogos cuentan y la imagen sugiere, pero la película nunca hace explícitos sus miedos del todo, como si fuese más importante lo que ocurre en el subconsciente de quien experimenta la película de cerca que lo que realmente muestra de manera obvia.
Coherence, además, procura que su material argumental no se quede en la superficie de la función y opta por profundizar en los anhelos de los personajes que presenta, convirtiendo la existencia de distintas versiones de ellos mismos en un potente discurso sobre la identidad personal y la necesidad humana por distinguirnos, por diferenciarnos, por encontrar nuestro lugar particular. Cuando Emily descubre que quizás las cosas nunca vuelvan a ser iguales, que no se puede volver a casa, y descubra que está dispuesta a todo por recuperar lo que tenía, la película se vuelve oscura y no teme mostrar su cara más tenebrosa igual que muestra el lado más tenebroso del alma humana.
De ahí, de esa multiplicidad de tonos y lecturas, de esa riqueza de discurso que emana de la pura operación de entretenimiento, que el triunfo de la película resida en poder unirlos, cohesionarlos, para dar lugar a un filme de aliento único y de personalidad inequívocamente propia y particular. En cierto sentido, por la inteligencia con la que trata sus temas, por el respeto que siente hacia sus personajes, por las posibilidades narrativas que ofrece, lo mejor de Coherence realmente es la manera en la que se acerca a su espectador, nunca como un tercero, siempre como cómplice.