Se habla mucho de Carmina o revienta por su política de distribución simultánea en salas y en formatos domésticos, pero poco sobre la película. El proyecto de distribución no es pionero en el mundo del cine, pero sí abre la puerta por fin a la convivencia de los estrenos en múltiples plataformas en España. La noticia, tomada como la promesa de un futuro posible para el cine nacional, ha hecho que la calidad de lo cinematográfico de Carmina o revienta quede en un segundo plano en el mejor de los casos, auspiciada por el éxito en el Festival de cine de Málaga y con la inmunidad crítica que parecen otorgarle los símbolos del festival en su cartel promocional.
Podría parecer que ha pasado mucho tiempo desde que Paco León dirigiera aquellos capítulos de la serie televisiva Ácaros, en la que también era actor protagonista. No han pasado tantos años, sin embargo, cuando uno contempla la manera en la que está filmado este falso documental sobre la vida y milagros de una familia de extrarradio, y observa enseguida que quien se esconde tras la cámara parece entender mucho más sobre el mundo de la televisión que sobre el oficio del cine.
La película se abre con la llegada al domicilio de la protagonista. Y enseguida se celebra un curioso monólogo interior, a la manera de los pensamientos en voz alta que tiene cualquiera en la intimidad del hogar, con una sutil diferencia. Ella sabe que la filman. No habla sola, de manera natural, sino a la cámara. Pareciera que sus frases van dirigidas a la cámara y forzase sus pensamientos para poder sacarlos a relucir.
Es la síntesis de lo que va a ocurrir durante la siguiente hora y cuarto de película. Carmina o revienta se mueve bajo la intención de vincular la realidad social del momento con un cierto aire forzado, con diálogos impostados, con frases con las que el público puede conectar muy fácilmente porque las escucha a diario. Pero es muy diferente construir una narración cercana y coloquial a aprovecharse del lenguaje de la calle y de la sensibilidad del momento para construir una película que usa lo documental para fortalecer su realismo y se agazapa en la ficción cuando no sabe hacia dónde caminar, o cuando ese buscado realismo le empuja a plantear ciertas respuestas.
El argumento, centrado en la intención de poder presentar todas las dimensiones de esta madre coraje, parece más una sucesión de cortometrajes que una película al uso. Ideas sueltas que se complementan unas a otras con desigual fortuna. Poco ayuda su identidad visual difusa, que se percibe a medio construir. Errores serios de enfoque, en el que se confunde la estética sucia propia del documental de la calle con una ausencia de pericia técnica, o un montaje inexplicable en el que se respiran demasiadas ansias por demostrar la belleza de los planos conseguidos, generando miedo ante el plano largo y poniendo las actuaciones en entredicho.
Tampoco ayuda su puesta en escena televisiva, lo que evidencia el público objetivo de la película tanto como las referencias de Paco León como realizador. ¿Hacia dónde quiere discurrir realmente Carmina o revienta? ¿Va acaso hacia alguna parte? No parece o, al menos, no quiere parecer un mero vehículo de lucimiento para la familia de actores de su director, y sin embargo la ausencia de los personajes de madre e hija se compensa con momentos de absoluto relleno.
Se acusa también una lamentable participación de sus actores secundarios. Cobradores de deudas o inspectores de seguros que hacen la vida diaria imposible a la familia, cuyo trabajo desdibujado deja en entredicho dos elementos: que Paco León no se ha convertido por el camino en un buen director de actores y que la gran labor de madre e hija tiene que ver con su talento personal y no con el del realizador para extraer de ellas ningún tipo de habilidad. Si no se pone el mismo empeño en la calidad del actor secundario que en los protagonistas, la incredulidad frente a todo lo filmado es absoluta. ¿O acaso es cierto, finalmente, que es una película hecha para el puro lucimiento de la familia?
En ese sentido, quizás sea más valiosa la actuación de la hija, María León, que de la propia Carmina Barrios, pues hay que ser muy valiente y buen actor para potenciar el lucimiento del otro mientras uno mismo queda en segundo plano aún con el poder, que sólo tienen algunos intérpretes, de acaparar la atención de cualquier escena en la que se aparezca.
Asistimos a la construcción de un autor interesante, que parece encontrar ciertas soluciones conforme rueda pero que aún está lejos de conformar una identidad personal como narrador. La película, o el falso documental, termina convertido en una colección de retazos en los que los momentos de digna factura se ven obligados a convivir con lo mediocre.
Tal vez la película, así como cierto tipo de espectadores, excusen los procedimientos de la cinta en base a la utilización del humor en tiempos de crisis. Uno no puede dejar de preguntarse si el espectador ha dejado de diferenciar la habilidad para generar humor en la experiencia cinematográfica a partir de situaciones bien construidas frente a la burda filmación de un chiste, de un gag visual o de una ocurrencia semántica, porque son cosas muy distintas. Si el objetivo era lanzar un mensaje de optimismo en un contexto desesperanzado, la película resulta fallida. Si el objetivo era crear un show televisivo contextualizado bajo la textura única de lo cinematográfico, no vale la pena siquiera hablar de ello.