Revisión americana, sólo cinco años después, de la película danesa del mismo título, con la guerra en Afganistán esta vez como telón de fondo.
El que en otro tiempo fuera un director interesante y prometedor, Jim Sheridan, pretende tocar temas profundos a través del engañoso envoltorio de su aspecto de melodrama familiar de tres al cuarto.
El drama familiar se entremezcla con el de la guerra. El devenir de uno de los hermanos, que debe partir al frente, y el otro que permanece en el pueblo y cuida de su cuñada y sus sobrinas queda muy pronto ahogado no sólo por su ineficaz y dubitativa puesta en escena, sino porque en todo momento la banalidad narrativa se apodera de un relato que parece querer esconder cosas profundas pero que en realidad no las atesora.
Que Sheridan proponga un supuesto discurso escondido bajo un planteamiento familiar burdo y mediocre no garantizan que cuente con precisión esos sentimientos ocultos bajo la superficie ni esa historia de culpa y perdón que apenas sabe sugerir con trazo grueso.
Como en el resto de su cine, la intensidad de las interpretaciones del trío protagonista consiguen crear buenos momentos. Si bien la exagerada creación de Maguire echa por tierra buena parte de sus escenas, y en consecuencia a su personaje, la solvencia de Jake Gyllenhaal y Natalie Portman tratan de sostener la película hasta llegar a un punto medio.
Sheridan pretende hablar en su remake de los estragos mentales de la guerra en el individuo, en el hombre que vuelve a casa destruido interiormente, y a la vez de la imposibilidad de recuperar la vida que el soldado ha dejado atrás antes de marcharse.
Su desidia, unida al desarrollo costumbrista y previsible del guión, ayuda a construir un artificio de pretensiones desmedidas y discurso artificial que pretende engañar con ese convincente disfraz de madurez emocional que desprenden los personajes.
Lo quiera o no, se engañe a sí mismo o no, el film de Sheridan es mediocre y vulgar, por mucho que intente hacernos mirar, constantemente, hacia otro lado.