Con el proyecto de Marjane Satrapi en el que traspasó su novela gráfica Persépolis desde las páginas del cómic a una pantalla de cine, una puerta se abrió del todo para ciertos artistas de lo visual que se encontraban frente al mismo tipo de material, el cómic para adultos que puede dar el salto a otro medio artístico con facilidad y llegar así a mucha más gente.
No son pocos los proyectos que se han levantado con éxito desde entonces. En ellos, lo más importante sigue siendo el material literario, y no una exhibición de animación que, por otra parte, siempre resulta bastante pobre, en un intento de respetar el original sin temor a convertir la narración visual en una serie de postales inmóviles, en las que apenas hay movimiento, sólo la intención de recrear lo mejor posible las sensaciones del cómic, el auténtico punto de partida.
Y esas limitaciones de lo visual le vienen de maravilla a una historia como la de Arrugas, cuyo relato, protagonizado por ancianos, se ve beneficiado por la letanía de las imágenes, por los pasillos infinitos, por la lentitud del movimiento, por la displicencia de cuanto acontece. Es la mejor manera de acercarse al tiempo vivido tal y como el de un anciano que acaba de llegar una la residencia y se enfrenta de golpe con todas las barreras físicas que impone su edad y que, hasta ahora, se negaba a asumir.
Arrugas se esfuerza de manera titánica en no convertir su travesía por la vejez en un mar de lágrimas, a través de recursos formales sobrios, inteligentes y bien ejecutados. Otras veces, sin embargo, cae en el sentimentalismo con una facilidad sorprendente, y dada la evidente capacidad para sortear ese previsible tono de lo lacrimógeno no deja de asombrar que en otras secuencias se deje vencer por ellas de una manera tan transparente. Quizá el tono no esté tan bien logrado como el de la novela gráfica, ajena a todas estas trampas con las que cuenta el audiovisual para provocar emociones, o el equilibrio buscado no haya terminado de encajar del todo en la propuesta.
La traslación termina por decantarse de manera positiva hacia unos triunfos recogidos de manera humilde por la cinta, pero que no dejan de evidenciar su valor y su importancia no sólo en el panorama nacional, sino en el mundo de la animación en tanto que idioma universal. Muy pocas obras se han atrevido a plasmar, con tanta dulzura y a la vez con tanto realismo sobre la vida a través de unos ojos cansados, sobre el miedo a la soledad en los momentos finales, sobre la resignación frente a lo perdido tras haber vivido una vida entera.
La escasez de recursos visuales que maneja Arrugas permanece en un segundo plano frente a la valentía de lo narrado. El definitivo relato de la ancianidad, del amor y de la entrega al otro, encuentra más allá de su historia y del formato del cómic una verdad que termina esculpida como testimonio del mejor cine. Que la simple voluntad de querer contar algo es capaz de levantar una película, y que el cómo contarla a veces no es tan importante como el tesoro de lo narrado.