Es poco conocida la labor musical de Brian Byrne, que firma aquí su primera banda sonora importante, un trabajo de escasa repercusión y que sin embargo merece ser tenido en una consideración mayor que muchos de los scores premiados a lo largo de este año.
Y es que, a pesar de estar lastrada por la música folk irlandesa y que el álbum esté descaradamente condicionado por la canción de Sinead O’Connor como pista principal, bien es cierto que cuando se permite a los temas de Byrne desplegarse en todo su esplendor, la película vuela.
Albert’s Fantasy Store es el perfecto ejemplo de las virtudes de esta partitura. Brevedad, elegancia, delicadeza e intimismo, llevado siempre por un piano cantante y unas cuerdas que levitan omnipresentes durante todo el relato. Un tema principal hermoso, poco grandilocuente y lleno de nostalgia gracias a sus acordes menores se convierte en la principal delicia de la partitura, oculto entre el resto de desarrollos musicales.
La intensidad de Helen’s Theme es otro momento del score a tener en cuenta, menos por lo que relata que por el clima y la fuerza conseguidos a través de notas sencillas. Esta sí es la música propia de una película del director Rodrigo García, cualidades muy cercanas a la fabulosa banda sonora de Madres & hijas de Edward Shearmur.
Helen at Albert’s Door es una pieza muy breve pero que también condensa las virtudes de toda la música que se escucha durante el filme. Un solo de piano de gran elegancia y sutileza, sin renunciar nunca a la intensidad con la que la partitura intenta relatar aquellos sentimientos de los personajes que no se atreven a compartir con nadie.
La belleza se despliega en todo su esplendor en los títulos de crédito, en Albert Nobbs Finale, quizá cuando ya es demasiado tarde para tomar la música de Brian Byrne como protagonista de una película con serias dificultades en su construcción. Que el protagonismo de Sinead O’Connor o la inclusión de música de corte popular irlandés no sean suficientes para ocultar el talento de este compositor desvela, con exquisita lucidez, la importancia de un score diminuto pero de gran calado emocional. Uno solo de sus minutos vale tanto la pena como otras tantas bandas sonoras completas.