Laura Mañá ha transitado por caminos abyectos en el discurrir de su filmografía. Se ha tratado siempre de un cine de mirada social, de preocupación y reivindicación por ciertos colectivos. Un camino que incluye diversas aproximaciones al género de la comedia, a través de distintas formas y colores, e incluso un pequeño flirteo puramente comercial con el género del thriller.
Su visión, teñida de sencillez pero que en realidad evidencia una clara pretensión de grandilocuencia, de abarcar temas variopintos y la vida misma a través de gran número de historias que se ahogan las unas a las otras, no transmite nada finalmente con claridad, y se ampara con la política infame y cada vez más común de contar con el beneplácito de esos mismos colectivos a los que defiende simplemente habla de ellos con una supuesta dignidad que nace desde la impostura.
En este caso le toca el turno a la tercera edad, y ahí está Rosa María Sardá como alter ego de la directora, para alentar a su docena de personajes desdibujados a que experimenten el sexo de una manera libre y natural, y Pilar Bardem, en un papel principal al que sólo salvan sus contados golpes de humor.
La propuesta se convierte así en una función de lo más convencional, en tono de comedia y en torno a la liberación sexual y social de dicho colectivo, construida en base a enredos elementales resueltos con desinterés, malentendidos evidentes y otras herramientas propias del humor más primitivo y menos interesante.
Disfrazada de sencillez, de un humor vulgar con traje trasgresor, vuelve a recurrir a las historias corales para ocultar sus vicios y defectos, tocar todos los palos y dejar contentos a todos los tipos de público que la película tiene como objetivo, sin dejar de lado el componente latinoamericano.
La cinta sin embargo encierra cierta capacidad para atrapar a ese tipo de espectador de corto recorrido y siempre receptivo ante miradas que traten de captar su mundo bajo cualquier circunstancia. Ante ese espectador indefenso, la película es un absoluto triunfo.
Un triunfo que se basa en la búsqueda en todo momento de la corrección con una falta de riesgo que puede resultar incluso molesta, una convención muy cobarde que puede indignar al espectador que no haya caído en la trampa de su fácil relato. La película vuelve a ampararse, una vez más, en la “necesidad” de la sencillez y la evidencia para llegar mejor al público. No es ésta la mayor forma de subestimar la inteligencia de aquellos a quienes te diriges?
Laura Mañá ya ganó un premio en el festival de Málaga con su comedia Sexo por compasión. La vida empieza hoy se llevó en el mismo certamen, once años después, el premio de la crítica, un premio popular en el que el diez por ciento de los votantes son realmente críticos de cine.
Esa cosecha de premios populares y una resonancia nula posteriormente en el circuito nacional dice mucho de su cine complaciente, entretenido y divertido, pero con muy poca sustancia. En el envoltorio de obra superior con que disfraza sus obras está su mayor pecado.