En ese curioso subgénero dramático del personaje que vuelve a su pueblo natal durante unos días por algún acontecimiento trágico y se redime de todos sus errores del pasado y de las desavenencias con su familia, Luciérnagas en el Jardín no juega más que un papel marginal en tanto que se sirve de ese modelo descaradamente para construir su historia.
Como en cualquier otra de estas películas al uso, el filme rodea de una variopinta gama de personajes secundarios al protagonista para construir una historia coral, esbozada a través de momentos aislados en los que la historia va deteniéndose en cada uno de ellos.
Sin distribución en cines en su país de origen y estrenada en el nuestro por la puerta trasera, lo que convierte a ésta en una cinta diferente a las demás (que no mejor) es su deseo palpitante de ofrecer nuevos personajes, llenos de fuerza y de interés gracias a una nueva de tuerca argumental en sus (políticamente incorrectas) vidas, en sus ideas y pensamientos, desechando la mirada utópica y entrañable y apostando fuertemente por el desencanto vital y el realismo más crudo en sus diferentes micro relatos.
La construcción de los personajes, accidentada y torpe, cimentada en continuos flashbacks de la infancia del protagonista, también montados con notable torpeza, engorronan el relato y hacen que éste avance con dificultad manifiesta. Lo que se disfruta es la sensación de percibir la intención de Denis Lee con su película, y nunca el resultado final de la misma. Es la sensación que queda al finalizar la cinta, y no la que se tiene durante el visionado.
Javier Navarrete no ofrece una partitura virtuosa ni melodías espectaculares, pero atesora esa virtud que muy pocos compositores tienen y que aquí el español derrocha: la cualidad de que la música y la imagen se fundan en uno solo, una sola entidad, y que el desarrollo de la historia y de la música resulten así inseparables.
Excelente reparto coral que encarna con afecto a esos personajes tan bien dibujados, a pesar de que su tratamiento en pantalla no sea del todo deseable. La mala planificación en el montaje, la arriesgada estructura y su falta de decisión en algunos planteamientos están a punto de echar por la borda el interés completo de la película.
Se salva, sin embargo, por su empuje y su espíritu, por su deseo de descubrir nuevas propuestas en un género tan trillado y, por encima de todas las cosas, por la hermosa reflexión que traza con acierto sobre la pérdida del ser amado y por cómo su presencia se filtra inevitablemente en nuestro presente.