En Son of a Gun habita un ambicioso relato. Un drama carcelario donde, primero, se exploran las tripas de prisión en la que un joven cumple su condena. Tras hacer relación con uno de los presos más peligrosos, la fuga del grupo permitirá la llegada de una nueva película en la que un gran robo se convertirá en el nuevo centro de acción.
En cierto sentido, parece haber un intento por convocar a Jacques Becker primero (La evasión, 1960) y a Michael Mann (Ladrón, 1981) en su segundo tramo. Es decir, acudir a los grandes referentes del género para construir una película explosiva llena de tensiones y personajes complejos. Pero esa complejidad de los caracteres no se refleja en los actores, especialmente porque hay algunos mejores que otros y ese contraste pone de relieve sus carencias. Lo que queda finalmente es un personaje principal, interpretado por Ewan McGregor, que posee fondo y profundidad gracias al trabajo del actor y no por cuestiones literarias, mientras que en el resto del elenco los tópicos se apoderan de los personajes de manera inevitable.
Del mismo modo que Michael Mann en Heat (1995), el gran drama del ladrón de alto standing es la imposibilidad de permanecer anclado a un lugar o a una persona y, por tanto, la imposibilidad de permitirse lazos afectivos. La ingenuidad de la película queda patente cuando, aún haciendo uso del cine de Mann como referencia evidente, olvida el espíritu de aquel cine para construir una de esas ficciones endebles en las que la trampa final, la sorpresa inesperada, importa más que el trasfondo de los protagonistas.
Por esos motivos, ópera prima de Julius Avery es más eficaz en aquellos puntos del relato donde se juegan los momentos de mayor tensión, allí donde la acción no esté reñida con la trascendencia. Avery lo hace, además, desde planteamientos formales sencillos pero muy cuidados que ayudan a hacer creíble ciertas secuencias delicadas: los asesinatos en el interior de la prisión, la fuga de la cárcel con helicóptero incluida o el proceso durante el robo.
Es posible que Son of a Gun sea una película fallida no porque no esté a la altura de los grandes filmes a los que intenta compararse. Julius Avery ofrece suficientes detalles como narrador para poder pensar que será un gran cineasta en el futuro. Al filme que resulta aquí, sin embargo, le sobra personalidad pero le falta la valentía suficiente como para escapar de los lugares comunes del género, a los que acude continuamente. En ese sentido, se trata del enésimo ejemplo en el que el sustento de una base argumental común, lejos de servir como apoyo al relato, ha terminado por engullirlo.