La banda sonora de Saving Mr. Banks debe lidiar con la música de archivo, utilizada para reforzar el contexto histórico de la época en que sucede su argumento, y también con los pasajes en los que los propios actores cantan la futura música que aparecerá en Mary Poppins, la película que intentan producir.
De modo que la partitura original es utilizada, básicamente, como impulsora de ciertos momentos de la acción. La música de Thomas Newman se ha construido en base a esos planteamientos desde hace más de dos décadas, hasta el punto de convertir algunos de sus trabajos recientes en meras secuencias de percusión sin ninguna intención dramática o descriptiva, por lo que su manera de entender la banda sonora se complementa perfectamente con las intenciones que busca el film.
En ese sentido, cortes musicales como Jollification son del todo reveladores para comprobar que Newman continúa por la senda de lo percutivo, a modo de piloto automático, cuando no se exige de la partitura un peso especial como elemento narrativo. En el mismo estilo se sitúan los cortes más relevantes del score, como por ejemplo Walking Bus o The Magic Kingdom, esta última especialmente maltratada por una simpleza de recursos (que no sencillez) que evidencia la pura funcionalidad de todo lo compuesto.
La otra característica particular en la música de Newman es su uso contemplativo de las cuerdas como constructor de temas dramáticos, y puede que de ahí surjan los momentos más interesantes de esta banda sonora. El corte titulado Forgiveness es, bajo esa perspectiva, uno de los más sobresalientes por su poder evocador y por implicar una construcción poco usual en la música del compositor. Sin embargo puede comprobarse, en temas como Travers Goff, que ese uso de las cuerdas queda difuminado por la irrupción constante de las piruetas rítmicas en la narración, lo que vuelve a situar el score siempre del lado de lo previsible.
El uso de sintetizadores y elementos electrónicos siempre ha sentado bien a las piezas de Newman debido al espíritu melancólico e intimista en el que están envueltas. A este respecto deben señalarse dos temas representativos como Penguins y A Foul Fowl. Tal vez sea este último el que defina a esta banda sonora: la fantasía evocadora del sintetizador es aniquilada de súbito por los ritmos acostumbrados del compositor, cuyo desarrollo no se preocupa por ningún tipo de variación armónica y queda desprovista de todo sentido narrativo. Es el resultado más significativo de una banda sonora del todo olvidable.