Con un enorme vínculo con Adventureland, que escribiera y dirigiera Greg Mottola, también de reciente estreno y con el mismo actor protagonista, el mismo contexto y alguna temática común, Zombieland es sin embargo una película muy distinta de su casi homónima compañera.
El cine que propone Zombieland está recubierto de una superficie muy acorde a los tiempos en los que nace y muy consciente del público al que va a llegar: no hay duda de que se trata de una inefable comedia adolescente, son sangre, tiros, monstruos, comedia y romance en un cóctel normalmente no muy bien agitado.
La película sin embargo, muy a diferencia de sus coetáneas, sabe construirse con sencillez a partir de un comienzo arrollador, donde el joven Jesse Eisenberg hace recuento de las reglas que le han llevado a ser uno de los pocos supervivientes en un hipotético mundo, el nuestro, víctima de una plaga de zombies que afecta al mundo entero.
Hay no pocas resonancias en la película ganadora del premio del público en Sitges. Un argumento a todas luces banal que encuentra en la estupidez general del mundo real y en la mediocridad de la sociedad su mayor reflejo.
La película sabe construirse también con la fortaleza de utilizar con eficacia sus recursos, atesorando una originalidad e irreverencia sin pretensiones que se echan mucho de menos en el cine contemporáneo.
La visión refrescante y sencilla del filme, junto con su humor omnipresente, evita que los tópicos se apoderen nunca del relato que, eso sí, está construido sobre una estructura convencional que avanza en línea recta a través de unos planteamientos previsibles.
Lo que destaca sobremanera es su cuarteto protagonista, esbozados alrededor de unas pocas pinceladas. No son personajes pulidos con brillantez sorprendente, pero tampoco han sido concebidos como estereotipos. Se trata de entrañables caricaturas del personaje tipo que cada uno de ellos encarna a su manera, reforzados por la correcta interpretación (sí, hasta Woody Harrelson ofrece una buena actuación) de los cuatro actores correspondientes.
La absurdez de los planteamientos de Zombieland le ayudan a escapar de todas las reglas posibles. El humor gamberro (pero nunca de mal gusto) es el protagonista absoluto de la función, con su mejor secuencia cimentada en un portentoso cameo de Bill Murray, que no teme hacer de sí mismo en los mejores momentos de la película.
Soplo de aire fresco para el cine de consumo, que a través de un buen planteamiento y un mejor desarrollo, sabe sacar partido de las estructuras convencionales para ofrecer un producto que quizás no sea novedoso, pero sí que consigue mantener la sonrisa en el espectador durante todo el metraje. Y eso, en un mundo en crisis, supone un auténtico milagro.