En Muerte de un ciclista, Juan y María José han cometido adulterio, pero eso no es lo que más les preocupa. En uno de sus encuentros han atropellado por accidente a un ciclista y, temiendo las consecuencias, huyen de la escena dejando el cadáver en la carretera. Pocos días más tarde vuelven a encontrarse y sólo entonces, cuando vuelven a estar juntos, pueden compartir sus temores en torno al accidente y las consecuencias que tendría sobre ellos si alguien descubriese la autoría del crimen.
En esa escena, María José teme por su vida, lanza miradas al vacío, incapaz de enfrentarse a los ojos de su amante. Ella está sentada en el suelo, lo más bajo que las limitaciones físicas le permiten. Los infiernos. El cuerpo de ambos está allí, en la habitación, pero sus mentes sólo dan vueltas al accidente. La poderosa puesta en escena evidencia lo que ya sospechábamos, y es que el crimen ha disparado en ambos conclusiones diferentes. Uno se ve liberado de su vida anterior, mientras la otra aún teme perderlo todo. La mirada de Juan, al infinito. La de María José, al suelo, al interior. A los infiernos.
La mujer logra huir por un momento de sus pensamientos y clava la vista en Juan. Sus ojos no parecen querer escuchar al amante, sino suplicar por una solución, que sea él quien se encargue de borrar las huellas del pasado. Él habla y trata de tranquilizarla mientras ella escucha. Y allí, en aquella habitación, tratan de prever el futuro y que las pocas posibilidades de ser descubiertos les devuelva a un universo de serenidad.
Ella mira, sin apartar la vista ni un solo momento. La cámara de Juan Antonio Bardem se recrea en su belleza, en la perfecta labor de iluminación, en recoger el momento de tensión a través de todo cuanto ella calla. Su mirada se clava en el interlocutor. Y entonces se sucede un contraplano, pero ya no es su amante quien está frente a ella, sino su esposo, su verdadera pareja. La película ha pasado, abruptamente, de una escena a otra sin solución de continuidad. El efecto es sorprendente, drástico, violento, pues una persona ajena al crimen / adulterio aparece en el plano como si hubiese sido testigo de toda la confesión entre los amantes. Pero no ha escuchado nada, y María José termina de anudar la pajarita en el cuello de su marido con total inocencia.
Así está construido todo el montaje de Muerte de un ciclista, con escenas que se solapan la una a la otra y crean un efecto extraordinario, pues se confrontan escenas antagónicas y el montaje funciona a modo de bofetada para un espectador que ve cómo la vida real encadenada de manera inteligente puede ser más impactante que cualquier ficción. Se habla de la escena en la que un actor lanza una botella de cristal y acto seguido aparece una ventana rota como el corte más famoso de la película, pero este sutil truco de montaje centrado en el rostro de María José quizás sea el más especial del filme por otros motivos más profundos. Uno produce el simple impacto de lo sorprendente, pero el otro consigue poner en pantalla un sentimiento que resulta imposible de filmar.
Y lo es porque, al confrontar toda la escena anterior con un primer plano del marido, lo que hemos presenciado en pantalla justo antes cobra un significado distinto. La charla de Juan acerca de cómo nadie se enterará jamás del crimen (la mentira) se confronta de manera contundente con el primer plano del marido (la verdad). En ese momento puede dar la impresión de que la escena anterior no estaba sucediendo en tiempo real, sino que es un recuerdo evocado por María José mientras anuda la pajarita de su esposo y el miedo se apodera de ella aunque trate de aparentar la más absoluta normalidad.
De repente, un simple corte de montaje arroja tal cantidad de información que la escena anterior adquiere un significado distinto. Todo lo que se ha conversado aparece reflejado en el rostro del marido, como si ella recordara cada palabra mientras ayuda a su pareja a vestirse. Hemos vivido la escena como algo real, pero era sólo un recuerdo, y eso lo entendemos después, cuando termina. Pocas veces el montaje ha sido un instrumento tan poderoso, en tanto que el corte en el momento apropiado y la unión con una imagen antagónica sugieren nuevas lecturas de aquello que hemos visto. Dos imágenes que se solapan para ofrecer un nuevo significado. ¿Qué es aquello que ocurre entre las dos imágenes que nos sorprende, que conmueve nuestro interior y sin embargo somos incapaces de poner nombre? A ese pequeño milagro lo llamamos cine.