Puede que no exista banda sonora más famosa en la historia del cine. No por su éxito en ventas, sino porque se convirtió de inmediato en un elemento intrínseco al personaje al que acompañaba. En cualquier charla coloquial en la que se intenta imitar a Superman, antes incluso de hacer el reconocible gesto de volar extendiendo el brazo, alguien canta el tema principal compuesto por John Williams como si, de algún modo, la música fuera lo que le otorgase los poderes sobrehumanos al héroe. La música, en este caso, es la que hizo posible la ficción, la que convirtió en creíble aquello que mostraba la pantalla.
Los metales son de otro mundo, instrumentos celestiales que evocan con brillantez la magnificencia de lo representado. Do Mayor, la tonalidad más sencilla y presuntamente también la menos enriquecedora, y sin embargo qué inexplorada parece cuando descansa sobre ella el mítico Prelude and Main Title March. Algunos la consideran una mera variación del tema principal de Star Wars, compuesto por Williams tan sólo un año antes. No sólo está a la misma altura de aquel, sino que tiene una personalidad propia perfectamente identificable. Una pinta el espacio y la otra surca los cielos. Si Star Wars era una fanfarria propia de la Space Opera, lo que ocurre aquí se transforma en himno, en declaración de excelencia.
Todo parece escrito de principio a fin, en una arrebatada pincelada de genio. Tiene la sensación de ligereza, de sencillez, de facilidad en la escritura que causa la impresión de las grandes obras. Lo hermoso, lo asombroso en John Williams, no es el simple hecho de la capacidad de componer temas memorables, sino la profundidad del subtexto, la carga emocional y la riqueza tímbrica que se esconde bajo las melodías reconocibles.
Aquí se encuentra también el Williams triunfal de sus primeros trabajos de renombre. The Planet of Krypton comparte los hallazgos de obras como Tiburón (1975), su particular in crescendo wagneriano, en el que incluso se atreve a utilizar música electrónica, o The March of the Villains, una pieza que ya anuncia el estilo burlesco con el que se enfrentará a la composición de E.T. (1982) o con la que ilustrará a no pocas criaturas del universo de Star Wars. En estas facetas se encuentran los únicos pasajes del compositor que sí acusan el paso del tiempo.
Otra cualidad del inolvidable tema principal es que fue capaz de eclipsar a uno de los Love Theme más hermosos jamás escritos para el medio. La dulzura y, de nuevo, la riqueza tímbrica, resultan inconfundibles, inimitables e inalcanzables. El derroche de genio y la pasión puesta en esta partitura son descomunales, hasta tal punto de que otra pieza que utiliza los mismos materiales, The Flying Sequence, contiene la misma emoción genuina que proporciona el original.
La banda sonora de Superman es imperecedera porque al virtuosismo de una orquestación sublime, que encuentra en cada compás la manera de sorprender y abordar el desarrollo armónico no sólo en su forma sino en su fondo, se une la profundidad de dos melodías también inmortales. Si alguna banda sonora puede tocar con los dedos el sueño de lo inalcanzable, sin duda esta partitura lleva su nombre.