Si puede considerarse que ‘Vals con Bashir’ tenga algo que la haga especial, es sin duda la capacidad para contar un relato decididamente valiente a través de una forma de arte única: la de un documental de ficción con el aspecto de un filme de animación.
Ari Folman parece integrar así todas las derivas e inquietudes del cine contemporáneo en una sola obra: la conjunción del formato documental con la ficción, la búsqueda de experimentos narrativos y visuales que lleven el audiovisual a nuevas fronteras, y el diálogo sobre la guerra y los tiempos de crisis a través de nuevas visiones cinematográficas.
La película quiere ser decididamente un film antibelicista alrededor de las experiencias compartidas de algunos compañeros del propio Folman, incluido él mismo, que participaron en la primera guerra del Líbano. Narración acompañada de un cariz surrealista, de una relación onírica entre el relato y las imágenes que acontecen, que nunca se acercan a la realidad sino más bien a la visión subjetiva de quienes vivieron los hechos.
Quiere también ser una película única en su formato estético, de huir de los corsés y de las etiquetas que se le puedan atribuir a un filme bélico y escapar de ellas. Pero no se da cuenta que en esa valiente decisión artística también pisa en falso a la hora de transmitir la dureza de sus imágenes, que queda amortiguada casi por completo. De repente, incluso las escenas más dantescas resultan fascinantes por la belleza puramente visual, por el colorido y por la peculiar animación que propone la película.
Pero, por encima de todo, ‘Vals con Bashir’ termina siendo una película sobre la memoria, sobre el poder de ésta y sobre los misteriosos caminos que es capaz de tomar ante hechos extraordinarios que nos moldean y nos afectan de manera especial. El poder de la memoria para borrar momentos que no atrevemos a afrontar, para rellenar aquellos huecos que permanecen perdidos, de evocar sentimientos que creemos ocultos en nuestro pensamientos, y de cómo ella vuelve a reconstruirlos.
El formato documental, basado en entrevistas individuales, ayuda también a formalizar un supuesto “making of” de la propia cinta, explicando así la manera por la que está llevada a cabo, y justifica definitivamente su decisión estilística y formal. El diálogo consigo misma la convierte en una gran obra, y la incapacidad de encajarla bajo ningún género o estilo concreto amplía sus fronteras, ensancha sus objetivos y reivindica al arte en estado puro tanto como a sí misma en su imperiosa y desbocada necesidad de expresión.
Sorprendente y sobrecogedor relato, abrumadoras experiencias de la guerra que proponen visiones terroríficamente reales sobre la realidad de ese contexto bélico y que, a pesar de su envoltorio estético, no huye nunca de retratar las escenas con toda su crudeza y violencia. Un envoltorio estético que finalmente se despoja de esa estética y muestra las imágenes reales del conflicto, para evitar que ese envoltorio ensombrezca la propia veracidad de la historia. La guerra sigue siendo la guerra después de todo, ya sea en pintura, en su forma documental, o en la sugerente forma de un dibujo animado.